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200 ADOLFO GONZALEZ MONTES evaporan, y su hueco deja en el alma de los hombres una nueva angustia y un nuevo presentimiento; con otras palabras, les hace vivir en cri sis» 84. Vivimos una crisis de civilización y el futuro está otra vez por construir ante una Humanidad que, ahora, sin embargo, puede recha zarlo 85. 2. El hombre ante sí mismo ¿Dónde se encuentra, pues, la fuerza regeneradora para el hombre, que le sustraiga a las limitaciones de su propia finitud? He aquí la pregunta que la Humanidad han intentado siempre desvelar, persiguien do sin descanso la huella de su propia identidad. Quizá el hombre, enajenado en sus éxitos, no se sienta hoy con la suficiente humildad de saber que su salvación comienza en el instante mismo en que acepta responder a la llamada de su vocación trascendente desde la finitud y la limitación, desde la contingencia de su propio ser, pero sabiéndose siempre sustentado por Aquél que no tiene limitaciones. Cada uno de nosotros, los humanos, tiene su ser recibido. Mi yo tiene para mí —quiéralo yo o no— el carácter de lo inevitable. Al mismo tiempo, cada uno de nosotros se ve impelido a realizar su propia vida —ya lo hemos escuchado a Marañón— como quehacer histórico, en unas coor denadas de tiempo y de lugar. Ante este mi ser recibido, yo puedo adoptar tres diferentes actitu des existenciales: el rechazo de mí mismo} hasta el suicidio; la acepta ción resentida ; y, la aceptación de sí mismo como principio de supera ción. Sólo si somos capaces de aceptarnos tal como somos, podremos rechazar y superar cuanto en nosotros debe desaparecer a lo largo de nuestra vida hecha historia de perfección humana. El suicidio es la forma suprema de la evasión alienadora. Si sucumbo al resentimiento, es que no he aceptado ni rechazado de veras mi existencia, convirtiendo en malo, a través del prisma de mi subjetividad, todo aquello que a mí 84. I, XCVIII. 85. «Ahora, igualmente, los ideales de las generaciones pasadas (...) yacen por el suelo con el vientre vacío, y no sabemos de dónde, el futuro nacerá. Acaso el dolor de hoy es más profundo que el de otras veces; porque la amargura de las últimas desilusiones — la Razón, la Ciencia, la Libertad— impregna y esteri liza todavía la tierra donde hay que sembrar semilla nueva» ( Tiberio, V II. 11 [prólogo a la 2.a ed.]).
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