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RAICES Y ENTORNO DE LA PERSONALIDAD EN. 199 Cuando el hombre cae en la sinrazón de una existencia que ha dado al traste con los valores éticos, el espíritu del hombre, alentado desde su ser libre, siente su propio hundimiento y detecta mediante la an­ gustia la nada de un sí mismo suspendido sobre el vacío. La llamada al dominio de la tierra en tanto que vocación humana adquiere un sentido demoníaco; y con la cerviz levantada, el hombre intenta, frente a Dios, convertirse en el único señor de su existencia. Pero cuando el hombre, en radical humildad, es capaz de sentir el pecado de su soberbia, la regeneración asoma en lontanaza. El hombre, capaz del control de sus instintos, es capaz también de someter a crítica su con­ ducta, y arracándose de la adoración a los ídolos de sus propias manos, enderezar el rumbo de su historia. La Humanidad ha atravesado momentos en los que, a pesar del esplendor de sus logros de civilización, ha hundido sus raíces éticas en un humus maléfico; pero «la conciencia confusa de la muchedum­ bre» se ha dado cuenta de que «a los esplendores materiales les faltaba el eje inflexible de la ética». Tal aconteció en aquella civilización mag­ nífica de la Roma del Imperio, cuando, sumidas en la angustia de los estertores del mundo antiguo, «las almas tenían sed de una fuente nue­ va; y nadie sabía dónde estaba». Estaba a punto de resonar la voz evangélica, porque el tiempo era llegado. Faltaba por decir «una cosa elemental: sencillamente, que todos los hombres son iguales y herma­ nos» 83. Laín ha resumido muy bien la comprensión marañoniana de este ansia de progreso ilimitado y de perfección, que ha sumido al hombre en la angustia a lo largo de los siglos y que le ha llevado a adorar sus propias creaciones, colocando sobre ellas la aureola de una mítica liberación. «La angustia de la Roma de Séneca — dice Laín, reprodu­ ciendo casi textualmente las palabras de Marañón— y de todo el mundo helenístico era, en su raíz, el presentimiento de Dios hecho hombre, sed de Cristo. La desazón angustiosa de Europa a fines de la Edad Media fue presentimiento de América, sed de integridad planetaria. Traspuesto el siglo xv, la humanidad tiene como escenario de su hazaña histórica el planeta entero, y no tarda en inventar mitos que le per­ mitan la ilusión de convertir el planeta en terminal Paraíso: el mito de la Razón y el mito del Progreso. Pero en el siglo xx, estos ideales se 83. Ibid., VII, 167 y 168 (epílogo).

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