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198 ADOLFO GONZALEZ MONTES personal y caso omiso, como nadie entonces, de las supersticiones. Virtudes que faltaron sin duda a Antonio Pérez, adversario del Rey y Ministro; su ambicioso Secretario, hijo también de la misma época, se nos aparece, en cambio, como el hombre decididamente inmoral, encarnación «punto por punto», de «la moral renacentista dentro de una categoría inferior» a la de su señor, y, además, «sin genialidad», cualidad que hace perdonar muchos errores. Vemos, pues, detrás de la conducta de estos hombres de Estado, el espíritu de una época que los presionaba, pero que encontraba en ellos una resonancia ética distinta, por encima de un talante común. De aquí que resulte siempre «difícil atribuir a los hombres de una época cualidades morales específicas de esta época». Porque, todo lo que «de bueno y de malo son capaces los seres humanos puede florecer, y ha florecido, en cualquier tiempo de la Historia. La influencia de las épocas que tienen un carácter muy acusado —hay otras casi anodinas— se mani­ fiesta, más que por nada nuevo, por la abundancia con que surge un de­ terminado tipo moral ya conocido y, sobre todo, por el acento de belige­ rancia oficial que se da a ese tipo» 81. Que, en definitiva, los actos de los humanos, y las diversas actitu­ des que los fundamentan y proveen de sentido, no pueden explicarse sin los antecedentes de la herencia y del entorno, que presionan la existencia de los individuos: es éste un hecho innegable. Afirmar lo contrario sería cerrar los ojos al análisis que el pensamiento hace de lo real. Ahora bien, también sería dogmatismo intolerable no reconocer a la libertad humana su capacidad de crear ámbitos de humanización, aun ariesgo del dolor que ésto engendra, pero que libera y hace avan­ zar ala Humanidad. Si la conducta humana fuese sólo el producto de una suma de factores cincunstanciales, que determinan de forma irrevo­ cable la conciencia, el hombre sería un ser condenado a no gustar jamás la renovación y a sufrir un constante desajuste entre la vocación a la que es llamado y su propia existencia condicionada. El hombre, inmediato señor de la Historia, tiene tras de sí el autén­ tico Señor que da sentido a sus piruetas sobre la cuerda floja de la vida, aparentemente suspendida sobre el abismo. Marañón supo verlo a sí82. 81. Ibid., VI, 299. Subrayado mío. 82. «Todo, hasta aquello tan insignificante como el correr de mi pluma, tiene un sentido providencia»! (Tiberio, V II, 11 [prólogo a la 2.a ed.]).

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