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RAICES Y ENTORNO DE LA PERSONALIDAD EN .. 197 Su reinado, «crucial en nuestra historia», se vio sacudido por tres pro­ cesos representativos de esta justicia del Austria: «(...) el del Cardenal Carranza, el el Príncipe Don Carlos y el de Anto­ nio Pérez. En la persecución inacabable del infeliz Arzobispo de Toledo está la entraña de la pasión teológica del Monarca de El Escorial y de su ambiente. A través de la pasión y muerte del triste engendro real, nos asomamos a la lucha atroz que en la conciencia del gran Austria ardía de continuo entre el deber y el amor, entre el Rey y el hombre. Y la trágica partida de ajedrez entre Antonio Pérez y su señor, que duró casi un cuarto de siglo, representa el ansia de poder sin escrúpulos, tal como corría por el alma renacentista, esclava de aquella razón de Estado, que nadie perdonó...»78. Y, sin embargo, por encima de todo, estima Marañón: «Felipe II fue un varón bueno, aunque no santo, y un Rey justo pero dentro de lo que se lo permitían las exigencias del gobierno, que no siem­ pre son compatible con la pura justicia, atributo exclusivo de Dios; y me­ nos en aquellos tiempos en que la terrible razón de Estado autorizaba a la violencia y al crimen; no digamos más que ahora, pero sí con una li­ bertad en la conciencia de los gobernantes mucho mayor que después. Fe­ lipe II se deshizo o intentó deshacerse, por medios no jurídicos, no sólo de Escobedo, sino de otros personajes; y no por rencor personal, sino porque creía que estorbaba a su misión sobre la tierra, estimada como de origen divino, a saber, la buena gobernación de los Estados españoles y la conservación en ellos del catolicismo»79. Y es que el señor omnímodo que fue Felipe II, tuvo de bueno, por encima de todos los condicionamientos a los que estuvo sometido, «...la profundidad de su conciencia y de su responsabilidad de Rey y de representante de la lucha contra la Reforma. Acaso fuera un tanto peca­ minosa la soberbia con que lo creía; pero ello es cuestión de teología y no de política»80. Marañón reconoce así al Monarca piedad sincera, espíritu democrá­ tico, un gran amor a la justicia, entusiasmo por las ciencias y las artes al tiempo que ternura de padre y esposo, capacidad para el sacrificio 78. Antonio Pérez, VI, 12 (prólogo). 79. Ibid., VI, 354. 80. Ibid., VI, 63. 4

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