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RAICES Y ENTORNO DE LA PERSONALIDAD EN.. 195 «(...) es siempre la influencia, casual o deliberada, del ambiente la que, en último término, determina nuestro itinerario moral»72. Y es que, aun a merced de las mejores predisposiciones hereditarias, «el que la espiga sea granada no depende sólo de la bondad del grano arrojado, sino de que caiga a su tiempo y en la tierra propicia y no en el pedregal; es decir, de circunstancias que sólo las sabe y las dispone Dios» 73. No podemos, pues, enjuiciar la conducta moral de los seres humanos sin atender a aquellos factores que condicionan su existencia. ¿Cómo podríamos valorar de otro modo en justicia la conducta moral de Tiberio, del Rey Don Felipe II o la de su desgraciado Secretario, por citar algunos de los personajes marañonianos? Me he referido a algunos de los textos de Marañón que ponen de relieve la función de la herencia genética, pero me he referido también a la valoración ma- rañoniana de una segunda herencia, la recibida a partir del ambiente receptor que acoge al nuevo ser que viene a la vida —la urdimbre, según Rof— , y la educación que le es dada al individuo en las pri­ meras épocas de su vida, infancia, adolescencia y primera juventud. Según el médico español, al acercarnos a la existencia del Rey llamado Prudente, y que, a su entender, no fue tal, sino tímido, nos encontramos con el ejercicio de una justicia fría e inflexible, sometida servilmente a la razón de Estado, inexplicable sin los antecedentes y factores ambientales que arroparon el vivir de aquél Rey. Antes que de ninguna otra cosa, el Rey español era esclavo de su temperamento, de su timidez, causa última de difíciles situaciones, no exentas en múl­ tiples ocasiones de un trágico contenido. Dice el médico historiador que «[Felipe II] era un tímido permanente, sin fases de euforia y de opti­ mismo; y por tímido, desconfiado y cauteloso»74. A esta condición de su temperamento, vino a añadirse la influencia negativa del ambiente en que vivió su padre, el Emperador Carlos. Pues suele suceder, dice Marañón, que cuando el «padre tiene una personalidad muy enérgica es frecuente que sus hijos, si son inteligentes y tienen también, como Felipe la tenía, una personali­ dad definida, eludan seguir por el mismo camino paterno»75. 72. Tiberio, V II, 43. 73. El Conde-Duque, V, 519. 74. Antonio Pérez, VI, 230. 75. Ibid., VI, 230.

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