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194 ADOLFO GONZALEZ MONTES V.— EPILOGO Concluyamos estas páginas con unas últimas reflexiones acerca de la repercusión que sobre la conducta moral de los individuos tienen los factores de constitución y entorno estudiados, al mismo tiempo que intentamos buscar el punto de arranque de la superación de los huma­ nos errores. Una tarea que aboca al fin a la consideración ética de la vida humana. 1. Herencia, ambiente y moralidad Que la herencia determina nuestra personalidad, ya hemos dejado expuesto, a este respecto, en la primera parte el pensamiento del doctor Marañón. Se trata ahora de mostrar cómo incluso esta determinación alcanza, a juicio de Marañón, el talante ético de los individuos. Sobre todo cuando la herencia que alcanza a los hombres raya en lo patológico. Tal es el caso, por ejemplo, de algunos de los personajes aludidos, como el de Julia, hija de Augusto y segunda esposa del emperador Tiberio, cuyos antecedentes y personalidad, aunque en segundo plano y por referencia a Tiberio, estudia tan bien Marañón69. O el caso de la Princesa de Eboli, mujer «histérica, poseída de la pasión de mandar, pasión heredada y acentuada por la situación de dominio en que la colocó su matrimonio...»70. Se dan casos en la historia, señala Marañón, en los que la potencia determinante de los carácteres hereditarios adquieren aplastante capa­ cidad demostrativa, afectando a las pasiones, a la conducta y a los resul­ tados sociales. Tal fue el caso del Cardenal Mendoza y sus descen­ dientes 71. Pero la verdad es que la herencia, por lo general, no inclina a los individuos inexorablemente al mal, y, por lo mismo, a una con­ ducta amoral. A la herencia, es preciso que se le añada un segundo factor, decisivo para la cristalización de la personalidad y determinante en grado sumo de la conducta de los hombres: el ambiente. No cabe, pues, duda que seguir un determinado camino será siempre más fácil, al impulso de la herencia, que caminar contra corriente, como dice Marañón. Ahora bien, añade él mismo, 69. Tiberio, VII, 42-54. 70. Antonio Pérez, VI, 443. 71. Ibid., VI, 183-184.

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