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158 ADOLFO GONZALEZ MONTES en el desnivel de personalidades profundamente diferenciadas. Hoy, afirma Marañón, «la uniformidad que ha creado la influencia estereotipante del gesto en la personalidad del hombre y de la mujer actuales, disminuye, sin duda, su diferenciación y, por lo tanto, la capacidad de atracción recíproca»6. La personalidad del individuo está en proporción inversa a la im­ personalidad de la muchedumbre, ya que la personalidad, en este últi­ mo caso, queda anulada por la uniformidad del gesto. Las grandes personalidades se han formado en una lucha titánica y desafiante con el medio fácil y, por ser fácil, aunque parezca paradójico, hostil, capaz de frustrar una realización humana en plenitud. El hombre cuando es masa no sabe por qué hace las cosas. Ha dejado de estar en sí mismo para estar alienado en el anonimato gregario, del que se forma parte en cuanto número que engrosa las proporciones del montón. En defini­ tiva, se ha despersonalizado. Ahora bien, ¿puede el hombre aceptar el gesto de la colectividad sin que por eso sufra su personal identidad? Tan sólo cuando el hom­ bre acepta el gesto de la masa de una manera consciente, capaz de personalización, la masa ha dejado de serlo, sea ésta caótica u organi­ zada 7. La masa, sociológicamente constatada como número de indi- 6. Ibid., IX , 206. 7. No quiero dejar de transcribir estos textos de los Ensayos liberales, en los que Marañón traza la línea divisoria entre la masa caótica y la masa organi­ zada, poniendo de relieve la verdadera dimensión despersonalizadora de ambas: «Al llegar a este punto —escribe— es cuando debemos plantearnos el problema hasta ahora sólo aludido, de por qué esas multitudes enormes que ocupan la primera línea del escenario político y social se nos aparecen captadas y unifor­ madas por gesto típico e imperativo. ¿Es este gesto un accidente arbitrario de su escenografía superficial, como cualquier detalle de su indumentaria? Sin duda, no. El gesto colectivo es como el uniforme del alma, símbolo de la conducta y vehículo de la aceptación de una disciplina. El hombre que hace el gesto ha de­ jado de ser miembro suelto y libre de una masa caótica y ha entrado a formar parte de una masa organizada, igualándose a todos ante la autoridad del Jefe, y, sobre todo, renunciando a su personalidad» (Psicología del gesto, IX , 211). Ese Jefe del que habla Gregorio Marañón podemos identificarlo no sólo con los caudillos de uno u otro signo, sino también con el Estado totalitario con los poderes económicos manifestados por las clases dominantes de la sociedad v de los pueblos colonizadores... Con otros muchos amos y domadores de nuestros días, en definitiva. El Papa Pablo VI no ha dejado de incluir, entre ellos, las ideologías, la técnica unlversalizada como forma dominante de actividad; e, in­ cluso, las utopías, con sus «engañoso escape de la realidad». (Véase la carta apos­ tólica al Cardenal Roy, Octagessima adveniens, del 14 de mayo de 1971). Es profundamente realista el análisis que hace Marañón de los frecuentes abortos a

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