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192 ADOLFO GONZALEZ MONTES que azotaba como una peste a R om a66; la lucha entre las dos estirpes de julios y claudios por el poder que le condujo a la realeza, tras la muerte desgraciada de los preferidos de Augusto, predestinados por él para vestirla; la muerte prematura de su hijo Druso; la presencia ne­ fasta, a su lado, de Sejano, el Valido de trágico fin; el desemparo de la época, en fin. He aquí, en síntesis, los factores ambientales del resen­ timiento de Tiberio, tal y como fue visto e historiado por Marañón. Otros factores condicionaron su existencia, pero no dependieron sólo del entorno que le rodeó; fueron potenciados por él: los constitucio­ nales. A ellos se acerca Marañón con arte insuperable de médico y de historiador. Esta fue la circunstancia-ambiente que envolvió la existencia de Tiberio e hizo gigante su pasión, llevándolo a una dictadura de crueldad ilimitada. Pero esta circunstancia-ambiente fue tal por la época en la que se dio. Así lo hace constar nuestro autor, cuya tesis acerca del César desgraciado puede condensarse en aquellas palabras con las que prologó su biografía: «Tiberio y su época representan la hora del hundimiento del mundo pagano y de la aparición del mundo cristiano. (...) Los hombres sabían que los ídolos a los que se asían en las horas de angustia habían muerto; y aún no sabían a qué nuevos poderes sobrehumanos se podían asir. De cuadra a su psicología melancólica y concentrada. Este es una —continúa Mara­ ñón precisando— que conviene aclarar en la vida psicológica de Tiberio, tan pa­ recido, en esto, a otros tiranos de la Historia» (Ibid., V II, 46). Timidez, a juicio de nuestro autor, que llevó al César a huir a Rodas v a Capri. Ver: Ibid., V II, 49-52. Pero Marañón sale en defensa de Tiberio, contra los que han acusado al emperador de homosexualidad: «Tiberio —dice— no fue un homosexual y milagrosamente no se le achacó este sambenito, que es una de las primeras injurias que ha de sufrir todo hombre público antipopular. Es, ñor el contrario, Tiberio, sino me equivoco, el único de los Césares, incluido Tulio César y Augusto, a quien no se le imputó tal pecado, salvo las calumnias de última hora en Capri, desprovistas de valor» (Ibid., V II, 47-48). 66. Describe Gregorio Marañón la conducta sexual de aquellos días enjui­ ciándolos con dureza merecida: «La más cínica trata de blancas de nuestros tiempos —dice el médico moralista, refiriéndose a los contubernios matrimoniales de la familia imperial— es menos inmoral que lo fue aquella verdadera prosti­ tución en nombre de la razón de Estado» (Ibid., V II, 44). «Pasaba Roma —lee­ mos páginas adelante— por un momento de supremacía de la mujer en la vida privada, y por lo tanto en la pública; y en todas las épocas en que esto ocurre aparece el tipo de la mujer de sensualidad cínica, insaciable y volandera, que no es sino el símbolo de una más de las usurpaciones de los papeles masculinos: el de Don Juan» (Ibid., V II, 45).

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