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186 ADOLFO GONZALEZ MONTES Pero donde Gregorio Marañón demuestra el virtuosismo prodigioso de su análisis en cuanto historiador «no ya de la política propiamente dicha», sino «del alma humana y de la inquietud de sus pasiones», es, quizá, en aquel capítulo que dedica a exponer el ciclo del poder per­ sonal del dictador —aquél cuya pasión temperamental es la de mandar— según las distintas reacciones del medio en el que ejerce su poder. Expongo a continuación, brevemente esquematizadas, las atinadas refle­ xiones sobre el caso, que recomiendo al lector en sus páginas originales. 1) Experimenta el dictador una primera etapa en la que ,en cuanto nuevo jefe, «carece aún de fuerza propia y organizada, pero se la da el pueblo, que acoge siempre toda novedad política con alegría y espe­ ranza; sobre todo en el caso del dictador, cuya característica es la capa­ cidad de sugestión, el magnetismo de su gesto, sin lo cual no hay dic­ tadura posible» 54. Es decir, el dictador debe desplegar la gran acción de «captación del medio», al que torna propicio a su persona, consi­ guiendo así el acatamiento de su autoridad. El dictador sabe muy bien que sin el gesto magnético por el que logra sugestionar a la multitud — téngase aquí en cuenta cuanto quedó dicho ya sobre el tema en páginas anteriores— no hay ejercicio eficaz de la autoridad. Es, pues, el medio el que en un primer momento hace al dictador, quien des­ pliega la gran acción captadora de prestigio: «El jefe absoluto ha de justificar la expectación y el acatamiento popu­ lares con actos de gobierno llamativos, numerosos y fuera de la común, de los que forma parte inevitable la persecución de los que le precedieron y el revocamiento en buena parte del antiguo orden; no se olvide que toda dictadura trata de evitar una revolución popular, y si lo logra, es aquellas rogativas que se hacían para que llegasen con bien los galeones con el oro de América y aquellas alegrías con que se festejaba su arribo a los muelles del Guadalquivir, eran como golpes de azadas que abrían la fosa en que nues­ tras mejores energías se iban enterrando. El galeón funesto mató a Don Quijote. De sus vientres de madera salía, con el río de oro corruptor y enervante, la semilla del fatuo, del perezoso, del picaro. De esta calaña de gentes se sembró el país. Entre soldados, frailes, nobles, servidores de los nobles, pordioseros v ociosos de profesión se ocupaba más de la mitad del censo de España. Los cam­ pos no tenían brazos, los oficios estaban, en buena parte, entregados a la activi­ dad de extranjeros. En este medio de perezosos y soñadores en el maná, la voluntad de trabajo y la fe en su propio esfuerzo del Conde de Olivares le convertía en un gigante entre pigmeos» (Ibid., V, 707-708. Subrayado mío). 54. Ibid., V, 543-544. Subrayado mío.

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