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RAICES Y ENTORNO DE LA PERSONALIDAD EN. 185 que hizo eficaz la pasión de mandar del Ministro del Rey Austria. Gracias a aquel ambiente la ambición modeló para siempre la persona­ lidad del Conde-Duque. Hasta tal punto que, cuando fue desterrado a Toro, Olivares, suspendida su pasión temperamental sobre el vacío, experimentó un proceso crítico de identidad por inadaptación al medio - -Olivares hizo de la ciudad zamorana una pequeña Corte, dice Mara­ tón— ; sucumbió por falta de entorno. La ambición era ya el secreto de su personalidad y ya no le quedaban posibilidades de cambio. de la época, con la confesión de este pecado nacional. Pero no tuvo esta idea in­ fluencia en nuestra mentalidad hasta mucho después, hasta el siglo xix, que está lleno de la contradicción de esta soberbia; y este sentimiento, de provechosa humildad y no de inferioridad infecunda y depresiva, debe ser juzgado como pun­ to esencial en la renovación de España» (El Conde-Duque, V. 706). Analiza después Marañón las razones psicológicas de aquella situación caótica de España: «El rey de España era el árbitro del mundo. Un vasallo español se podía na- sear. casi por todo el Universo, sin pisar tierra extranjera. Lo que elcontempo­ ráneo no podía ver, aunque algunas voces aisladas de visión histórica genial va lo advirtieron, es que el poder sin límites era, como dice Cánovas, regalo fabu­ loso de azares y de herencias mucho más que legítimo fruto del esfuerzo, con ser éste, en ocasiones, descomunal. Había, por ello, una desproporción inmensa entre el poderío español y la riqueza española. Lospueblos de la Península, que sostenían con ejércitos y armadas, con guerras y diplomacias, tan vasto Imperio, eran mucho más pobres que ahora. El considerar que del páramo de Castilla, cien veces menos poblada y menos cultivada que hoy, salían aquellos raudales de energía y de autoridad que se derramaban por los dos hemisferios, nos oro- duce la impresión de un milagro. Y había en ello mucho de milagro, porque el español, acostumbrado a las hazañas mitológicas, vivía en pleno mitoy tenía la eficacia sobrehumana que el mito da. El pueblo español había visto a un aven­ turero, echado de los países sensatos por medio loco, que se lanzaba al mar en una carabela y volvía con el mundo entero sometido a Castilla; había visto a un Emperador que. con unos cuantos hombres casi desharrapados, batía a los más orgullosos enemigos; a un Rey que vencía al turco fabuloso en los mares latinos y que levantaba maravillas de piedra, asombro del Universo, para solem­ nizar sus victorias; a unos galeones repletos de tesoros, que venían conducidos por el Dios protector especial de España, a resolver con largueza las necesidades del Estado español cada vez que parecían insolubles. Esta colaboración de lo sobrenatural multiplicó al principio, la real energía de país. Pero esta confianza ilimitada de un pueblo en el mito de su fuerza. Por legí­ timas que sean sus justificaciones, acaba por anular su eficacia. En pueblos me­ ridionales y de componentes religiosos muy fuertes, como el nuestro, conduce inevitablemente a la ociosidad. El creerse protegido de Dios corroe y destruve la tensión para el esfuerzo. Y, en efecto, uno de los rasgosfundamentales de nuestro pueblo, desde que a mediados del reinado de Felipe IV inicia su deca­ dencia, es la pereza (...) El español, aun apto para la aventura, para la conquista, para el descubrimiento geográfico para cuanto suponía empuje oaroxístico con riegos de sufrir y de morir, pero con posibilidad de alcanzar súbitamente la ri­ queza o la gloria, se hace incapaz para ese otro esfuerzo lento y oscuro en oue se asienta el bienestar de las naciones. Hoy podemos decir, con absoluta certeza, que

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