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RAICES Y ENTORNO DE LA PERSONALIDAD EN. 181 era fruto maduro de un clima histórico común a la humanidad civili­ zada, cuyas misteriosas raíces recorrían el subsuelo de Europa. España, empero se resistía a aceptar «los nuevos tiempos», sumergida aún en la «borrachera de sus pretéritas gestas épicas»48. Había perdido una hora, pues cada edad tiene su propia alma; y ésta 48. Recojo aquí, a título de ejemplo, algunos textos en los que el doctor Marañón traza un análisis del ambiente científico de España al advenimiento de Feijóo: «Esta oscuridad de la vida intelectual española era sobre todo densa en lo referente a las ciencias naturales, consideradas como cosas peligrosas e inú­ tiles. Sólo era aceptada como pasto de la inteligencia, "la teología escolástica, la moral y la expositiva” , incluso entre los profesores de las ciencias más prácticas, como la medicina. "Mientras en el extranjero [Marañón cita ahora palabras de Feijóo] —exclamaba dolorido nuestro autor— progresan la física, la anatomía, la botánica, la geografía, la historia natural, nosotros nos quebramos la cabeza y hundimos con gritos las Aulas sobre si el Ente es unívoco o análogo; sobre si transcienden las diferencias; sobre si la relación se distingue del fundamento” , etc. Apenas entraban en España libros extranjeros, considerados como "aires in­ fectos del Norte” . El idioma francés, vía de enlace con el saber universal, era casi desconocido por los lectores peninsulares (...)» (Ibid., V, 306-307). «(...) la ciencia de una época no puede medirle por la altura de las cumbres solitarias en el desierto, sino por el nivel medio del ambiente [téngase aquí pre­ sente la referencia que antes hice al ambiente y situación de Cajal, según Mara­ ñón, en la precedente nota (43)]; y éste era tan bajo, que, como él mismo re­ conoce [Marañón se refiere ahora a Menéndez Pelayo, de quien discrepa sobre la situación de España en aquella época], la obra de Omerique en Cádiz o ]a del P. Tosca en Valencia no la conocían muchos años después en Salamanca • en Oviedo, no ya las gentes de cultura media, sino aun los grandes eruditos. Podía haber un gran matemático aislado; pero en la Universidad salmantina, la cátedra de esta ciencia estaba vacante de maestro y de discípulos, y, al fin. la ganaba, entre vítores de la multitud, un galopín de calle, dedicado a explotar la necedad de los lectores con sus disparatados almanaques astrológicos, como Torres Villarroel. La pintura de Feijóo del atraso español, no está deformada por él con intenciones egoístas: es la misma pintura de casi todos sus compatriotas contemporáneos; la misma de los viajeros de la época, muchos hostiles a Espa­ ña; pero otros imparciales o francamente benévolos; la misma de los historia­ dores nacionales y forasteros del siglo siguiente; y la misma, en fin, de los grandes políticos de los reinados de Fernando VI y de Carlos III, que acongo­ jados por este atraso emprendieron su admirable obra de resurrección nacional» (Ibid., V, 310). «¿Cuáles eran las causas de esta miseria espiritual? Feijóo las estudia con mi­ nucia, y su revisión tiene no sólo un interés histórico, sino también la eficacia directa sobre llagas aún abiertas o mal cicatrizadas del alma contemporánea. En primer lugar acusa "el corto alcance de algunos de nuestros profesores” ; luego, "el errado concepto de que cuanto nos presentan los nuevos filósofos se reduce a curiosidades inútiles” ; y "un celo pío, sí, pero indiscreto y mal fundado” "de que las doctrina nuevas traigan algún perjuicio a la religión” ; y por últi­ mo, "la envidia” nacional o personal, a la que certeramente califica de "ignoran­ cia abrigada de hipocresía” » (Ibid., V, 311). También se refiere nuestro médico, que sigue tan de cerca al monje benedic­ tino, a «...la continua y dolorosa poda a que la Iglesia tuvo sometido al pen- 3

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