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178 ADOLFO GONZALEZ MONTES o del fracaso de la misión terrenal con la que «nace todo ser humano, grande o pequeño». Cada hombre es alumbrado a la vida en un deter minado clima histórico; pero existen climas históricos que sólo se pro ducen en los momentos trascendentales de la civilización, y es entonces cuando surgen aquellos hombres que van a marcar durante años, y a veces durante siglos, el rumbo de la humanidad y de la historia. Por una parte es el «climax de las épocas» el que hace a estos hom bres, pero, por otra, son estos hombres, por lo general, hombres de genio, los creadores de actitudes colectivas por un misterioso impulso de avance que experimenta la Historia. Para desvelar el contenido, aparentemente paradójico, de esta afirmación basta que no perdamos de vista la temporalidad inherente al hecho de ser hombre. Las ideas —la mente humana es una gran matriz generadora de ideas— tienen también su ciclo «biológico». Ciclo que tiene su desarrollo en las épocas de la Historia. Las épocas, a su vez, son determinadas por la vigencia de las ideas. Las épocas históricas, fruto de la constante fluidez de las ideas, se suceden unas a las otras, dejando la huella de su paso impresa sobre la personalidad de los individuos. Cada hombre se ve impelido a hacerse a sí mismo con la " circunstancia” que le es dada. Y a ésta la hacen en medida muy grande los principios ideológicos vigentes. Marañón hizo objetivo de investigación histórica la circunstancia del tiempo como elemento antropológico de comprensión de lo humano. El que en determinadas situaciones el hombre no consiga modelar su propia existencia, haciendo de ella plástica expresión en su persona lidad, es debido en gran medida a la «circunstancia histórica de la época y a la principios ideológicos que la informan». Cuando las épocas re visten ese carácter trascendental que hace girar la proa de la Humanidad hacia un puerto nuevo oteado en el horizonte, suelen darse esas per sonalidades excepcionales, que, por lo común, encarnan los hombres geniales, sin que por ello el común de los mortales se vea afectado por la convulsión que el cambio produce en el alma colectiva de los pueblos, creando una crisis profunda de civilización. Esta crisis hunde en el fracaso a todos aquellos individuos que, a caballo entre la época que expira y la que nace, se muestran incapaces de integrar en una nueva síntesis personal, enriquecida por la novedad y la conquista de los tiem pos, el pasado y el futuro de su existencia. El individuo pierde entonces terreno bajo slos pies, porque los termitas de los nuevos tiempos han corroido el fundamento axiológico de su conducta. Todo lo cual puede suponer una seria amenaza para el equilibrio psíquico de los seres huma-
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