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174 ADOLFO GONZALEZ MONTES Así, pues, 2) «La patria no son los hombres que la pueblan ni los vanos afanes de cada día, sino la unión del pasado y del futuro que se hace en cada hombre vivo, y, por lo tanto, en ti y en mí; la tradición y la esperanza que se funden en la breve inquietud de nuestra existen cia mortal» 36. He aquí cómo la «crisis de identidad» que desencadena el exilio, por desarraigo patrio — desarraigo de la propia tierra— , puede hacer retornar al hombre a la más profunda y radical verdad de sí mismo. El exilio, en tanto que périda momentánea de identidad, puede con vertirse, a través del gesto ascético, en el encuentro definitivo consigo mismo. Marañón toca aquí algo tan sustancial a la tradición cristiana, la condición viadora del hombre, que tan bien supo entrever aquel gran hispanorromano que fue Séneca. Si el filósofo de Córdoba pudo ser llamado por los Santos Padres nuestro Séneca, Marañón fue realmente un pensador cristiano. IV .— EL TIEMPO COMO ENTORNO DE LA PERSONALIDAD 1. Tiempo e historia Vio Marañón en el tiempo esa circunstancia, pareja con la de lugar, que enmarca la existencia humana. Tiempo y lugar son esos dos deter minantes del desarrollo y de la cristalización de la personalidad de los individuos. El ya consabido dicho de que cada uno es «hijo de su tiem po», recoge aquella porción de verdad que la experiencia ha ido acu mulando al respecto a lo largo de los siglos. Tiempo y lugar determi nan, pues eso que llamamos personalidad, y que no es sino la expresión de la identidad personal de cada cual. ¿Qué es eso que llamamos tiempo? Tal es la pregunta que nos preocupa. ¿De qué forma el tiempo determina la personalidad de los seres humanos? Aristóteles y Santo Tomás definieron el tiempo y el aspacio como entes de razón fundados en lo real. Expresión, comenta Aubert, que «quiere decir, simplemente, que esos entes son extraídos de lo real (cosas extensas y sometidas a duración) por abstracción, para expresar estas dos propiedades de las cosas». Kant vio en el tiempo una categoría a priori de la mente humana. El filósofo de Konisberg 36. Ibid., IX, 277.
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