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RAICES Y ENTORNO DE LA PERSONALIDAD EN. 169 ca, cuando, en realidad, saluda a su llegada, desde mucho antes decidi­ da» 25. Toledo cautivó para siempre el alma de Domenico. En Toledo en­ contró el Greco el lugar geográfico y el ambiente bañado de «ancestral contenido viejotestamentario», israelita y semítico, preñado de Oriente y de mística religiosidad, ajena a toda intolerancia que supusiese derra­ mamiento de sangre 26. Por ser místico, el Greco tenía la capacidad eidé- tica de reproducir en formas exactas sus visiones y sus sueños. Como oriental, el Greco poseía ese complejo de raíces helénicas y bizantinas que le situaban sobre el fundamento bíblico del israelita. Por ser cris­ tiano nuevo, el Greco se regía por ese criterio que es la «razón de la sinrazón del misticismo», donde lo esencial es el ansia de perdurar en lo más perdurable, que es Dios; «razón de la sinrazón» que no podían comprender los cristianos viejos, inflamados de una espiritualidad natu­ ralista, que veía a Dios, a fuer de realista, de forma más ascética que mística. Porque «un genio es siempre producto de una fuerza inicial, creada por la he­ rencia, a la que tienen que sumarse las dos circunstancias del tiempo y del lugar para que aquella fuerza inicial fructifique y para que el fruto no se malogre»27. El Greco fue un genio: en él se dieron aquellos factores que con­ fluyen para dar origen a la personalidad del genio. Marañón los resume así: primero: El Greco poseía un ingénito talento pictórico y la suma de influencias raciales ligadas a su nacimiento en la Creta helénica y bizantina, pero sobre todo oriental. Segundo: Su juventud y su madurez, que brota en la hora crucial del misticismo, cuya semilla, sembrada ya en Creta, se fortaleció, por contraste, en el ambiente pagano de Italia. 25. El Greco y Toledo, V II, 429. 26. El hecho de ser «cristiano nuevo» colocó al Greco frente a todo lo aue supusiese intolerancia de tipo cultural o religioso. Esto provocó en él una aver­ sión profunda a la «sangre derramada» por tales motivos. Tal es la interpretación marañoniana de la constante ausencia de sangre en sus pinturas, incluso en aquellas en las que los cuerpos degollados pudieran ca­ racterizarse por esta «sangre derramada». Su misticismo se situaba, a juicio del médico, por encima de toda intolerancia. Ver a este respecto El Greco y la san­ gre derramada, en ibid., V II. 465-467. 27. Discurso citado, II, 211. Remito al lector al primer trabajo (La vocación humana) del presente libro, donde se estudia el pensamiento de Marañón sobre la vocación y el genio.

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