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166 ADOLFO GONZALEZ MONTES co, como han dicho algunos, ni tampoco el lugar de su " renacimiento” , sino el lugar de la madurez específica de su genio» 18. Si el Greco alcanzó un prodigioso desarrollo de su personalidad llevándola hasta el lienzo hecha expresión cromática, fue gracias al ambiente, no sólo del tiempo, sino también del lugar. Fue en aquel Toledo del siglo xvi, cuya caracterización geográfica es la misma de hoy, donde la personalidad del Greco se acendró de un modo definitivo y quedó plasmada en una obra luminosa y radiante de misticismo. De un misticismo tan netamente español, piensa Marañón, como el de Juan de Avila, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz 19. Tres fueron los factores que se dieron cita en aquel retazo de tierra española. Tres factores que hicieron del ambiente toledano el crisol depurador de la personalidad del pintor cretense: 1) el carácter semí­ tico y oriental de la ciudad del Tajo, imbuida de ardor bíblico en su geografía y en su humanidad judía. Porque: 18. El Greco y Toledo, V II, 427-428. Marañón, en el discurso citado sobre el Toledo del Greco, hace un análisis comparativo de la topografía oriental de Tierra Santa y de Creta y de la topo­ grafía toledana, bañadas ambas por el juego de lucej que las caracteriza, y expo­ nentes de un mismo tipo de paisaje: «...es sobre todo transcendente —dice— considerar cómo el recuerdo de sus paisajes juveniles, los del monte Sinaí... per­ sistieron en sus fondos —los fondos de sus cuadros— y en los paisajes de To­ ledo de la época española. Son unos y otros paisajes oníricos, entrevistos en sue­ ños, de irrealidad casi absoluta, con el acento terrible del Sinaí. Toledo, para el Greco, fue siempre Sinaí» (Discurso citado, II, 229). Compárese este texto de Marañón con el anterior de la nota precedente, de Laín, y con el siguiente, también de él: «Vivir [en el antivalle] es entonces pasar de un sentimiento de presencia cuasi-saciadora —el "aquí” de la tierra que uno toca y pisa,el "allí” del soto de chopos cabrilleantes o de la loma que ante uno se alza— al sentimiento de ausencia inquisitiva que promueve en el al­ ma el incierto Kmás allá” de lo que tras el límpido horizonte haya» (O. c.} 28). Salvados los contextos de los diferentes autores —Laín habla del paisaje cas­ tellano, caracterizado por el antivalle—, la comparación es profundamente suges­ tiva. Los subrayados de unos y otros textos son míos. 19. Cita Marañón la autoridad de M. B. Cossío para ratificar su tesis so­ bre el misticismo del Greco: «Hay, pues, que partir del esplritualismo de este griego ”embriagado de Dios y de crepúsculos” », como ha dicho D ’Ors. Para no citar entre la inmensa literatura actual más que autoridades que ya son clásicas, elegiré a Cossío, que dice: «...dejóse penetrar (el Greco) al llegar a Castilla, no sólo por aquel otro humanismo nacional, más horaciano, apacible y familiar, de Fray Luis de León, sino por el típico misticismo español, el del maestro Tuan de Avila, el de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, ardoroso, sutil e intelectua- üsta de un lado, y de otro contemplativo y recogido» (El Greco y Toledo, V II,

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