PS_NyG_1983v030n001p0027_00630410

32 C arlo s G arc ía C or tés estudios generales, se decidió a cursar los de medicina, iniciándolos en el colegio y hospital de Cádiz y continuándolos después en Sevilla, siempre con buen expediente. Sin embargo, cuando contaba veinte años de edad, sintió la llamada de Dios a la vida religiosa y abandonó la carrera, solicitando ser admitido en el convento capuchino de Sevilla, donde tomó el hábito el 23 de diciembre de 1801. Después de un año de noviciado, concluido positivamente, hizo la profesión religiosa y tomó el nombre de fray Manuel María de Sanlúcar de Barrameda, con el que se le conocería ya toda su vida. Pasó luego a estudiar la filoso­ fía y teología en colegios de la Orden, haciéndolo con notable apro­ vechamiento y demostrando una inteligencia muy capaz para las mate­ rias eclesiásticas, junto a grandes dotes para la predicación. El mismo testimonia en unos apuntes autobiográficos que, durante su etapa como estudiante en Granada, «no siendo entre los Capuchinos permitido predicar hasta obtener el título del Rvdo. Padre General, prediqué sin tema en la Escuela de Cristo de Alhama varias veces... Ya había predi­ cado en el convento de Granada dos sermones de prueba delante de la Comunidad» 17. Tras su ordenación sacerdotal, desarrolló Sanlúcar trabajos pastorales en tierras andaluzas durante algún tiempo, destacando pronto por su vida sencilla y empezando a sonar como predicador. La guerra de la Independencia de 1808 le sorprendió en Granada, donde le tocó vivir aquellas dramáticas circunstancias, poniendo su palabra al servicio de la causa contra los franceses y ayudando a recaudar lo suficiente para reconstruir el convento capuchino de la plaza del Triunfo, arruinado en tales incidencias. Estas cualidades, sin duda, movieron a sus superiores a enviarlo por dos veces como misionero apostólico a tierras americanas, siguiendo la tradición misionera de la orden capuchina. La primera de ellas fue en 1809, protagonizando en la isla de Cuba una breve, aunque intensa, actuación pastoral, pues al año siguiente regresaría a España para rea­ lizar unas comisiones que le habían encargado el arzobispo y el goberna­ dor de aquella provincia. Cumplidas las gestiones encomendadas, fue enviado nuevamente a América, esta vez a Méjico, donde desarrolló otra intensiva etapa misionera; en 1811 pasó a la isla de Puerto Rico, donde continuó con actividades similares hasta 1814, en que se le mandó regre­ sar a España, reincorporándose al trabajo pastoral en tierras andaluzas. 17. Texto recogido por A. de G alaroza , a. c., 84.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz