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62 C arlos G arcía C ortés se pone de relieve que algunas obras fueron bastante reeditadas, aun­ que ignoramos realmente la cantidad de ejemplares publicados y el área en que se distribuyeron. Una obrita, la Novena a la Inmaculada Con­ cepción, alcanzó al menos cuatro ediciones en lugares bien diversos (Sevilla, Santiago, Mahón) a lo largo de veinticinco años; varias otras alcanzaron tres ediciones, como las Novenas a la Divina Pastora, Virgen de la Caridad y Virgen de la Esclavitud; de algunas otras conocemos dos: Dulce nombre de Jesús, Librito útilísimo a las almas, Novena a Santa Salomé, Vía Crucis\ y de las restantes, aunque sólo hemos reseñado una edición, eso no quiere decir que no pueda haber habido otras. Lo que parece seguro es que tales ediciones fueron generalmente de carácter local o regional, salvo algunas que ciertamente alcanzaron una difusión más amplia: destacamos entre éstas Nuevo Marial, Nueva Josefina, Recuerdos saludables del apóstol Santiago y Manual del cris­ tiano. Se puede hablar, pues, en general de un cierto éxito de las publicaciones sanlucareñas, y no sólo en vida del autor que, por otra parte, sabemos regalaba ediciones completas o las publicaba a sus costas para entregarlas a determinadas cofradías. Recordemos también que varias obras se reeditaron aún después de la muerte de Sanlúcar, a la distancia incluso de veintisiete, veintiocho y hasta sesenta y nueve años de sucedida ésta. La obra espiritual sanlucareña debía tener en sí unos valores in­ negables, pese a los fallos que le hemos ido apuntando. Los historia­ dores y biógrafos, así como los críticos —pocos desgraciadamente— que la han considerado, si no estudiado en profundidad, no dudan en citarlo entre los autores del género más conocidos de su orden y de su tiempo, al menos en el ámbito en que la publicó. Ello parece sufi­ ciente para que, en estos momentos, se trate de superar el ostracismo histórico y la irrelevancia que nuestro autor ha tenido hasta hoy, por la parquedad de tratamiento que ha merecido sobre todo a los especia­ listas. Pensamos por todo ello que no nos podemos acoger a los juicios parciales o interesados (al menos eso parecen), que a veces se han emitido sobre la persona y la obra de Sanlúcar. Ni, como citábamos al comienzo del escrito, era «un hombre de pocas luces» o un obispo «de ideas reaccionnarias» 66, ni quizás tampoco poseía «el conjunto de todas las virtudes», estando «adornado naturalmente de admirables 66. Cf. escritos de J. R. B a rre iro Fernández, citados en nota 7.

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