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L a s t r e s g r a n d e s c r is is d e . 13 cinde naturaleza y gracia para señalar a una y otra el campo de su valor respectivo. En el campo de la naturaleza el hombre vuelve a tener un valor en sí. «Se reconoce un estatuto al hombre, escribe Ortega, y éste cobra conciencia de su autonomía y de sus derechos, más aun, tiene obligación de afirmar sus cualidades naturales, sobre todo, la razón» 18. Ante el nuevo estatuto que Tomás de Aquino establece, Ortega sen­ tencia: «A un cristiano de los primeros siglos, este equilibrio, este reconocimiento de la razón humana como poder exento le hubiera parecido un horror y le hubiera olido a nefando paganismo» 19. Comprendemos que el tomismo de hoy se haya dolido de este juicio histórico. Lo peor del caso es que tenemos que afirmar que el razona­ miento orteguiano se funda en un quid pro quo, históricamente incon­ sistente. Una separación radical entre el orden natural y el sobrenatural, supuesto básico de Ortega, cuadra muy bien con la teología protestante conservadora desde Martín Lutero hasta K. Barth. Pero no con la teo­ logía católica que desde los primeros siglos acepta lo que más tarde escribe Tomás de Aquino en el frontis de su Summa Theologica (I, q. I, a. 8): «Cum igitur gratia non tollat naturam sed perficiat...». En este ver la gracia, no en oposición a la naturaleza sino como un perfeccionamiento de la misma, se halla la solución al conflicto orte­ guiano que no valora este esfuerzo por integrar razón y fe. Por lo que atañe «al cristianismo de los primeros siglos», al que reiteradamente alude Ortega, quiero tan sólo recordar la simpática figura de San Justino, filósofo cristiano del siglo n, quien, al convertirse no juzgó necesario abandonar ni su vida ni su atuendo de filósofo itine­ rante. Juzgó siempre que donde se halla una partícula de verdad, por minúscula que sea, ésta tiene su origen en el Verbo que un día se hizo carne visible20. Esta visión de la verdad, agua clara que puede ir por distintos canales, es la gran visión cristiana que Ortega no ha tenido en cuenta. Por una curiosa coincidencia hemos podido constatar que cuando la pugna de 1958 en torno a la filosofía de Ortega, los defen­ sores de éste han evocado al viejo filósofo cristiano, San Justino, para justificar el que un filósofo cristiano asimile grande porciones de la obra orteguiana, aunque no pueda compartir todas sus actitudes. 18. O. y l. c 130. 19. O. y l. c., 121. 20. D. Ruiz B u e n o nos ha dado un buen texto bilingüe, griego y español, de las Obras de San Justino, a las que antepone una clara introducción, en Padres Apologistas Griegos (S. II), Madrid 1954, 153-548.

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