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10 E nrique R iv e r a siste en haber dado al hombre antiguo el asidero de una esperanza en la que poder anclar la nave de su existencia. Analicemos cada uno de estos momentos. A Ortega le parece algo inconcuso que la situación del hombre mediterráneo en el siglo i antes de Cristo era la desesperación 9. Para aclarar en qué consiste tal situación espiritual le parece suficiente recor­ dar un hecho. Lo encarna en el que conceptúa el hombre más repre­ sentativo de la época: el orador romano Cicerón. En él ve Ortega que se adensa toda la cultura específicamente romana. Advierte además que Cicerón ha aprendido cuanto se podía aprender en Grecia: filosofía, ciencias, retórica, etc... Pues bien; este máximo representante de lo que fue el hombre antiguo no sabe a qué atenerse ni qué pensar sobre los más graves problemas de la vida que íntimamente le afectaban: Ante esta situación crucial del espíritu de Cicerón, Ortega se pregunta: «¿Creen ustedes que así se puede vivir? Se puede vivir, claro está, pero se vive perdido, en una como mortal angustia prolongada» 10. Lo enorme de este hecho, encarnado en Cicerón, es que Ortega lo extiende al mundo que le rodea. De aquel mundo que se había vuelto a convertir en puro problema no se podía esperar nada positivo. Se vivía; pero la sustancia de aquella vida era la desesperación. Ortega anota que Cicerón nace en 106 a. C. y muere el 46. Con estas fechas precisa Ortega cuándo comienza la desesperación del hombre antiguo. Claro está, subraya, que esta desesperación tiene su historia, sus etapas, sus altibajos. Hasta hubo intentos de superarla. El máximo ensayo tuvo lugar en el segundo siglo de nuestra era, en la época llamada de los Antoninos. Fue aquella época una temporada de fecilidad,un mediodía del que el hombre antiguo gozó bajo Trajano, Adriano, Antonio Pío y Marco Aurelio. Con complacencia, aludiendo a los nombres imperiales hispanos, subraya Ortega que no es arbitrario llamar a esta centuria el siglo español. Pero muy pronto se hace patente que esta etapa de felicidad tuvo mucho de irreal, que fue un equilibrio inestable, sin raíces ni cimientos hondos. Por este motivo, vino sobre ellas, sin res­ piro ni pausa, la ruina del mundo antiguo 11. Hubo, por fortuna, un arca salvadora eneste diluvio en el que se anegaba el hombre antiguo. Aquella gran crisis halló su salvación, afir- 9. En torno a Galíleo. Lección VIII, en Obras Completas, V, 96. 10. O. y /. c.} 97. 11. O. y l. c.} 100.

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