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L a s t r e s g r a n d e s c r i s i s d e . 25 De la belleza Ortega trasvasa este principio a la moral. Y entonces nos dice que cada cual tiene su dharma, su peculiar tendencia, que es la que tiene que realizar. De lo contrario fracasará en su vida, en su vocación 52. La escuela orteguiana ha estudiado con mucha clarividencia este concepto de vocación, aunque prescinda de su vertiente teológica, en el fondo insoslayable. No puedo seguirla ahora. Pero advierto que Ortega se ha situado en este gravísimo problema en un plano neta­ mente subjetivista. Ve toda la magna e inexorable cuestión ética más desde las exigencias del sujeto que desde los valores eternos de que nos termina de hablar. ¿Hay inconsecuencia en ello? Bien desearía que no fuera así. Pero me permito indicar que, en esta vertiente axiológica, Ortega no ha sido suficientemente explícito. Pese a sus propósitos, un peligro de relativismo se cierne, no sólo sobre su estética, en el tranvía y fuera de él, sino también sobre la moral. Y si ésta no se salva del relativismo, ya casi no interesa que nos hable de verdades eternas. Ellas serán incapaces de guiar al hombre en esta encrucijada en la que se halla y que el mismo Ortega llama la tercera crisis: la de nuestro tiempo. Concluimos estas reflexiones con una nota final: Si en el análisis de las tres grandes crisis de nuestra cultura Ortega puede ser discutido en más de un detalle y exigírsele en ocasiones un riguroso comple­ mento, no puede, con todo, ponerse en duda que nos ha ofrecido un grandioso panorama, punto de partida de una gran filosofía de la histo­ ria de nuestra cultura occidental. Enrique R iv e r a Universidad Pontificia Salamanca 52. Conversación en el "Golf” o idea del "Dharma”, en Obras Completas, II, 403-409.

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