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24 E nrique R ivera ver dentro de lo posible esa cuestión constituye el tema de nuestro tiempo» 48. Manifiestamente apunta aquí Ortega al valor eterno de la verdad. Este valor de la verdad bien puede ser la guía gnoseológica que conduzca al hombre en la realización de los mejores valores, los eternos. ¿Es ésta la mente de Ortega? En otro pasaje contrapone éste el antihistoricismo cartesiano con su idea de que el hombre es un puro ente racional, incapaz de varia­ ción, fijo en lo eterno que es la filosofía, con el historicismo del siglo pasado que se desentiende de todo valor eterno para salvar el valor relativo de cada época. «Es inútil, exclama Ortega, que intentemos violentar nuestra sensibilidad actual que se resiste a prescindir de am­ bas dimensiones: la temporal y la eterna. Unir ambas tiene que se la gran tarea filosófica de la actual generación» 49. Pienso que el pensador más entusiasta de los valores eternos puede estar de acuerdo en este momento con Ortega. Este no precisa cuáles sean estos valores eternos que históricamente tenemos que realizar. Pero basta que nos diga que existen. Acotando una de sus frases irrepetibles, diríamos que esos valores eternos son «guiños de estrellas en la comba faz nocturna» de la existencia humana. Por ellos el hombre reconoce su Norte y Sur. Se halla orientado 50. Ante una actitud tan diáfana nos preguntamos ahora: ¿mantiene siempre Ortega esta actitud? ¿No hace descender en última instancia la dirección de nuestra existencia de la realidad radical de nuestro vivir? Uno de los sueltos de El Espectador nos pone en guardia. Lo titula, Estética en el tranvía. Este se dirige hacia Cuatro Caminos por la calle de Fuencarral y Ortega, como todo español en pareja circunstancia, medita sobre la belleza femenina. Su meditación le lleva a lanzar un reto a la Academia de Platón para denunciar su pretensión de que existe una belleza tipo que el ser que tenemos delante tiene que rea­ lizar para juzgarlo bello. Pero no hay tal, replica Ortega. Cada ser, cada mujer en este caso, anuncia una peculiar belleza que realizará o no, pero que por ese anuncio será juzgada. Muchas, para su desgracia, no cierran el bello arco anunciado. Esto quiere decir que no hay belleza tipo. No hay más belleza que la que corresponde a cada sujeto sin­ gular 51. 48. ¿Qué es filosofía? Lección III, en Obras Completas, VII, 301. 49. O. c. Lección I, en Obras Completas, VII, 285-286. 50. O. c. Lección III, en Obras Completas, VII, 312. 51. Obras Completas, II, 33-39.

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