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18 E nrique R iv e r a el filósofo de Elea, el mundo de la realidad y el mundo del pensa­ miento son dos cosmos que se corresponden. Puede, pues, el hombre hundirse con su razón en los fondos abisales del Universo, seguro de extraer al enigma más hermético la esencia de su verdad 33. Completa Ortega esta página entusiasta con otra más breve, pero más mustia, en la que subraya cómo la fe en la razón llevaba en su entraña la duda. Pues para el hombre moderno razonar es siempre dudar, es reaccionar ante lo dudoso, cuestionable y cuestionado. Por fortuna lleva consigo la aguja de marear y con ella puede hacer su travesía en el mar del espíritu. Desde la duda, que el hombre moderno ha cultivado, se ha elevado éste a la plena suficiencia de sí mismo, pues posee la capacidad de dar razón de lo que en un primer momento pare­ cía carecer de ella. Ortega ve que esta nueva suficiencia le está diciendo al hombre moderno que Dios está de más. Huelga. Una crítica serena tiene que reconocer la lucidez de Ortega en su análisis de la época del Renacimiento que él juzga sustancialmente como una gran crisis cultural. Pero las luces aportadas a esta gran época no eliminan algunas sombras que, cual objeciones, surgen en la inter­ pretación orteguiana que hemos expuesto. A dos de ellas queremos aludir. La primera consiste en que Ortega, de modo parecido a lo que advertimos ya en la primera crisis, supone una ruptura entre la Edad Media y la Edad Moderna que de hecho no se ha dado con la radica- lidad que él afirma. Es indudable que si el Renacimiento lo encarna César Borgia, sin ley ni freno, puédese entonces hablar de un triunfo radical del hombre que se siente dueño exclusivo de sí mismo. Pero una interpretación del Renacimiento desde la historia, como lo hace L. von Pastor, o desde las bellas letras, como Menéndez Pelayo, motiva el que se pueda hablar de una doble dirección en dicho Renacimiento. Una de ellas se puede llamar pagana, encarnada en el ajetreo de la historia por César Borgia, cuya conducta halla justificación en El Prín­ cipe de Maquiavelo, y en las bellas letras por el Aretino o Lorenzo Valla. Pero al lado de esta dirección, claramente paganizante, se da otra vinculada al alma medieval cristiana, cuyos impulsos se manifiestan maravillosos al unir el ideal religioso cristiano con el artístico que nos legó la antigüedad. 33. O. y l. c.} 16-17.

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