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a las demás, es a nosotros la más cercana, y la primera en esta con­ surrección afectiva a Dios. De donde viene que este divino Espíritu, mediante el fuego de su amor, toca e inflama lo supremo y más emi­ nente de la parte afectiva, e inefablemente, sin algún pensamiento ni meditación, la arrebata a sí... Cosa maravillosa, y de solo el poder de Dios, ver un alma arrebatarse y elevarse en Dios sin ningún rodeo o vuelta, esto es, sin que preceda obra ninguna del entendimiento, y sólo con el peso del amor. Y así, sola aquella potencia, que en nuestra ánima se dice afectiva, es unible al Divino Espíritu mediante el en­ grudo y liga de la caridad» 39. Para comprender la naturaleza íntima de la unión mística con­ viene distinguir dos momentos notables de dicha unión: la transforma­ ción mística del alma y el éxtasis místico, el tacto divino o beso de amor. La transformación mística es cualidad permanente, disposición interior del alma, que pertenece a la categoría de hábito; el éxtasis, tacto o beso de Dios, es acto transeúnte que el mismo Dios concede al alma por pura gracia y liberalidad de amante 40. La oración de recogi­ miento y la contemplación sobrenatural son lugares naturales de la unión mística y, en consecuencia, de su transformación deiforme y del éxtasis. La santidad estriba, según nuestro autor, en un solo punto: en que el amor no vaya dividido ni repartido entre las creaturas, ni entre éstas y el Creador, sino que todo él se ponga enteramente en Dios. Para lograr esto, el alma precisa recogerse en sí misma y estar atenta a El únicamente, más allá de toda representación e imagen revelada de Dios en sus creaturas. Recogimiento y atención del alma en la infi­ nitud ontologica de la Divinidad. Se ha llegado a la desnudez de la oración mística. Hay grados en el recogimiento. En el primero, se mortifica el pen­ samiento simplemente y ocurre, cuando el alma queda «como dormida y en silencio sin que nada le desasosiegue ni perturbe». En el segundo grado, se admite la inteligencia con que el hombre cuidadosamente vela sobre sí, atendiendo a lo que hace y poniendo alguna fuerza en ello; de manera que «parece que se está remirando en estar recogido». Se trata, en estos grados, como puede observarse, de una oración im­ perfecta de recogimiento. No sólo se afirma en ellos la conciencia del yo como sujeto, sino como objeto; lo cua1 arguye división en la aten- 39. A. T o rro , o , c t. II, 245. 40. Id., o. c ., t. II, 255. P r e s e n c ia de S an F rancisco de A s í s e n ... 617

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