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614 V ic en t e M uñ iz R odríguez doctrina de Fray Juan de los Angeles con una riqueza grande de mati­ ces y gamas. En la parte concupiscible del alma, nos encontramos con el amor, el odio, el gozo, la tristeza. En la irascible, la esperanza, la desesperación, el temor, la osadía y la ira. Se reducen todas a delec­ tación y tristeza, en la concupiscible; a temor y esperanza, en la iras­ cible. De todas estas pasiones, conviene fijarnos en el amor, ya que es la fuerza motriz de la deificación del alma. El amor, según la evocación agustiniana, es el peso del alma. Y este peso se inclina, por un lado, a identificarse y asegurarse en ella. Es el egoísmo, el sentimiento primitivo y espontáneo del corazón que en Fray Juan de los Angeles se designa como el «bien-me-quiero». Este amor de uno mismo es el instinto de conservación extendido a todas las manifestaciones de la vida. El «bien-me-quiero» puede deteriorarse y degenerar en el «aprecio excesivo e injusto» de uno mismo y, enton­ ces, se configura en lo que en ascética se conoce como «amor propio». Por otra parte, el amor es un movimiento natural que se da también en el alma hacia el bien, hacia la posesión de un objeto que llene su capacidad de felicidad infinita. Así, el egoísmo en su doble aspecto de «bien-me-quiero» y de tendencia a la posesión del «bien-me-quiero» y de tendencia a la posesión del bien infinito es el punto de partida de la evolución psíquica y de la obra santificadora del alma. Tenemos, pues, el «bien-me-quiero» que nos sitúa correctamente en lo que somos y nuestra tendencia hacia el bien absoluto, Dios. Y, como contrapartida, el «amor propio», obstáculo difícil de superar y arma mortífera con la que se puede matar a Dios en el alma. De este modo, el reino divino de felicidad, al que el hombre ha sido convocado, se presenta como resultado de una lucha interior, cuyo protagonista es el amor. El amor de uno mismo hasta el desprecio de Dios o el amor de Dios hasta el desprecio de uno mismo. ¿Cómo es posible la victoria del alma? ¿Qué ejercicios la conducirán al Reino de Dios y a su posesión pacífica y bienaventurada? El hombre no puede jamás dejar de amar, ya que, por definición propia, es amor. O se amará a sí mismo y a las creaturas de manera absoluta y se perderá en su propia dispersión con ellas o amará a Dios y se «re-unificará» con El en unidad perfecta. Según Fray Juan de los Angeles, muy acorde en esto con la psicología moderna, todos los sentimientos, afectos o amores van ligados a una representación intelectual. La encarnación de esta representación intelectual en la voluntad es una especie singularísima de animación que da ser a la

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