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P r e s e n c ia de S an F rancisco de A s í s e n ... 613 humana. A su situación de «expulsado» del paraíso. La tarea mística se presenta, así, como «restauración», como «re-unificación» del hom­ bre con Dios, para verificar de nuevo la «armonía universal» de la creación. Es ésta una idea que late y aflora con insistencia en las páginas de Fray Juan de los Angeles. La ausencia del objeto adecuado y la presencia del bien finito dan la razón de por qué el amor se actúa primeramente no en el ser que res­ ponde a su capacidad natural, sino en otro que es deficiente. Con esto, el amor corre peligro de fijarse en la crea tura y permanecer en ella, como estado habitual del alma. Ahora bien, para restablecer el orden primigenio, el hombre debe volver a su centro que es Dios. Y esto es «hacer penitencia». El camino de la «reunificación» y «restauración» de la naturaleza humana es camino de penitencia, en su sentido etimo­ lógico de metanoia, y que, por tanto, incluye: vuelta a Dios, amor a El, detestación del pecado. El primer paso de la vida espiritual es el del reconocimiento de lo que el hombre es. Se trata de la humildad, en cuanto fundamento de toda edificación posterior. La humildad quita el injusto aprecio del «yo», por el cual el corazón humano se doble sobre sí y deja de aspirar a Dios. Y nos coloca en el estado y sentimiento real de nuestra depen­ dencia radical y absoluta; nos hace reconocer la verdad de que nuestra suficiencia no la tenemos por nosotros, sino en Dios. Niega el humilde que sea por sí y reconoce que todo lo es por Dios y, con este reco­ nocimiento, se hace capaz de participar del mismo Dios. Existen dos motivos psicológicos para fomentar la humildad. Por un lado, dispone para la sabiduría, ya que nos hace sentir rectamente de nosotros y de los demás. Por otro lado, la humildad al darnos la convicción de que nuestra fuerza está en otro, Infinito, nos anima a la acción. Tres son los grados de la humildad. El primero, no desagradarnos ni enfadarnos, cuando nos injurien. El segundo, no juzgarnos ni tenernos por humil­ des. El tercero, comprender que, todo cuanto hacemos, es por gracia de Dios. Somos una nada, puesta en las manos de Dios para ser utilizada en la confusión de los poderosos y sabios de «este mundo» 34. Si la humildad quita el «injusto aprecio del yo», nos conduce, como de la mano, a una consideración más profunda de este «yo» y de sus «aprecios» o «amores». Voluntad y amor se identifican y son raíz de todos los afectos, sentimientos o pasiones. Estos se presentan en la 34. Conquista del Reino de Dios , diálogo 3, párrafo 8, 68.

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