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612 V ic e n t e M u ñ iz R odríguez y perfección del cuerpo es tratada, de manera principal, como imagen de la divinidad. Este ser-imagen-de-Dios no es algo accidental al hom­ bre, sino sustancial y condición necesaria esencialmente para que el hombre pueda conseguir su fin último y beatificación. El ser-imagen-de- Dios admite una doble interpretación que, indistintamente, aparece en los escritos de nuestro autor. La primera define al hombre por su capacidad de poseer a Dios mediante sus dos facultades abiertas al Infinito: la voluntad y la inteligencia. Dios se presenta como el tér­ mino de la actividad intelectual y volitiva. La palabra «capaz de Dios», aplicada al hombre, se interpreta en sentido activo. El alma es imagen de Dios en cuanto tiene aptitud o capacidad de poseer a Dios a través de la actividad intelectual y volitiva que le es propio y que tiende a Dios, como a su término natural. La segunda interpretación toma el significado de la expresión «capaz de Dios» en sentido pasivo. Dios es inmanente al alma como objeto naturalmente conocido y amado y es poseído en acto por el amor primariamente y, secundariamente, por el conocimiento. El punto central de esta inmanencia divina en el alma, en donde se hace posible la unión mística, es el ápice de la mente. Después de esta sucinta descripción antropológica de la doctrina del hombre en Fray Juan de los Angeles, se está ya en disposición de abordar el modo cómo puede el alma conseguir su deificación. 3. Itinerario del alma a Dios El examen propio descubre al hombre que no tiene en sí lo que necesita para su perfección, y el de las creaturas, que éstas no le bas­ tan ni le satisfacen. «Todas cuantas cosas hay en el mundo nos pro­ vocan e incitan a buscar a Dios con este fin de que nos unamos a El; porque en solo El está nuestra quietud y la paz y sosiego del corazón. El es el centro de nuestra alma, es el paradero de nuestros deseos y es la esfera de nuestro amor» 33. Pero si Dios está inmanente al hom­ bre, que es su imagen: ¿de dónde proviene el distanciamiento entre ambos? ¿cómo es posible que el hombre se pierda en la multiplicidad de las cosas y abandone la unión con la que está indisolublemente ligado a la Divinidad? Estas preguntas inevitablemente conducen a la situación de pecado original, colectivo y personal, de la naturaleza 33 . Juan de lo s A n g e le s, Lucha espiritual..., proemio, 279 .

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