PS_NyG_1982v029n003p0593_06220410

P r e s e n c ia d e S an F r a n c isc o d e A s í s e n . 609 diciones para su existencia. Con los calificativos de cognoscitivo y particular, quiere Fray Juan de los Angeles darnos a entender que Dios conoce una por una a cada creatura, y la ama y cuida de ella, como si no existieran más. Es decir, su amor infinito conoce lo que ama y no se deteriora al multiplicarse, sino que permanece entero e indivisible para cada uno. Por otra parte, la eternidad de Dios nos lleva a comprender la antigüedad de su amor: no tuvo principio ni terminará nunca. Como acto puro y perfección suma, Dios no puede buscar interés alguno en el hombre. El se da gratis; nada puede reci­ bir a cambio con que enriquecer más su ser. Precisamente, es este modo ontologico perfecto del ser divino el que hace que su amor adquiera caracteres de indefectibilidad e infinitud. «Porque, cuando Dios nos ama, ámanos la inmensidad, y, porque por el Espíritu Santo nos ama, síguese que es amor infinito el con que nos ama. Y no sólo infinito, sino total; esto es, con todo su conato y virtudes» 26. El amor de Dios recae de modo especial en el hombre, hasta el punto de «sa­ carle de Sí». Y aduce, para probarlo, la autoridad de Dionisio Areopa- gita y la de Ricardo de San Víctor. De éste toma la expresión de que el amor de Dios para con los hombres es un «amor violento», ya que ama con todo género de amor, como quiera que pueda caber en El y sea digno de tan alta y soberana majestad27. Parecería quedar agotado el tema con lo hasta aquí dicho. Pero una prueba del amor de Dios, superior a todas las referidas, surge en la historia del mundo: Cristo. El Unigénito de Dios que nace y muere por los hombres, expresándoles así cuál sea la hondura del amor que Dios les profesa. Sobre este tema de la pasión de Cristo, escribe nuestro místico la obra Vergel espiritual del ànima religiosa. Según él, el dolor cobra para los creyentes significado en cuatro dimensiones: punitiva, purificativa, probativa y transformante. Pero a condición de que el sufrimiento sea aceptado con y por amor. Interesa, aquí, resal­ tar la dimensión probativa y la transformadora. El alma consagrada a Dios sufre por la lucha interior de sus afec­ tos; porque el bien sensible le atrae y contra esa atracción resiste y lucha. Sufre, también, por la oposición de causas extrañas, ora sean de orden físico, ora de orden moral. Y, cuando superadas estas con­ trariedades, piensa poder gozar de la unión con Dios, Este la prueba 26. O. c.} consider. 7, 26. 27. O. c., consider. 7, 27.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz