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606 V ic e n t e M u ñ iz R odríguez Exhortación a todos los frailes, etc. Las segundas, para nuestro propó­ sito, son más interesantes. Revelan el misterio trinitario en su opera­ ción dinámica de santificación del alma y en su relación emotiva con la persona del santo. Vemos, así, cómo alaba a la Trinidad, cómo le confiesa sus pecados, cómo amonesta a sus frailes para que vivan la «inhabitación trinitaria» en sus almas. Y, en la oración con que fina­ liza su Carta a toda la Orden, describe el proceso de la santidad como obra del Espíritu Santo, que nos conduce a la unión con Cristo para terminar en una experiencia trinitaria21. Las relaciones de Francisco con Dios no quedarían descritas de manera completa si no se hiciera mención de un ámbito de misterio ontologico, más allá del trinitario, que se vislumbra en los momentos de mayor plenitud de su oración. Días antes de recibir las llagas, el santo ora en la soledad del Alverna. Y todo lo que su alma siente, lo expresa en dos interrogaciones: «¿Quién eres Tú, Señor, y quién soy yo?». La interpretación que de las mismas hace a Fray León nos con­ ducen el misterio ontologico divino, antes citado. Al exclamar ¿quién eres Tú, Señor? —dice Francisco— , veía la realidad divina, contempla­ ba su omnipotencia, su inmensidad e infinitud. Son éstas, expresiones con las que se quiere designar algo que está fuera del alcance de la pura deixis lingüística. A través de nociones negativas, carentes de objeto concreto a qué referirse, San Francisco quiere manifestar a Fray León el contacto directo, real, ontologico que ha tenido con el Ser divino en sí. De tal contacto deriva, después, el conocimiento que le invade de su propia persona humana: pobrecillo y vilísimo pecador. Se hunde en la verdad de su ser y, en consecuencia, en la humildad, como estado natural de sus vivencias 22. Francisco vive instalado onto­ logicamente en la humildad. «Lo que el hombre es delante de Dios, eso es y no más», dejará escrito a sus religiosos. Pero lo que impresiona más profundamente al santo es la bondad y el amor con que Dios se le revela. Todo es, aquí, presencia concreta que toma rostro humano: Cristo. Francisco queda subyugado por el anonadamiento de la Navidad del Señor y seducido por la máxima expresión del amor que representa la cruz. Su reacción anímica es de generosa entrega a ese amor que no es amado. Su pobreza no es 21. CtaO 50-52. 22. Consideraciones sobre las Llagas III.

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