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588 A dolfo G o n z á lez -M ontes dadas por el pensamiento cristiano de muy diferente manera antes y después de esta pasión contemporánea por lo terrenamente mundano, valga la redundancia. Bien es verdad que el Renacimiento, de raíces nominalistas, supuso un giro que cambió el telón teológico de fondo del Medievo por el antropológico. Pero el intento de resolver la teo­ logía en antropología no puede olvidarse que pertenece al hombre con­ temporáneo, en cuyo pórtico se encuentran Feuerbach y Nietzsche con la «muerte de Dios». Pues, bien; una de esas realidades humanas es la sexualidad, esa condición de encarnación tan malquista en amplios sectores del pensa­ miento cristiano. Piénsese, por ejemplo, en la fuerza que la teología ha otorgado a la prueba patrística en todas sus tesis, y valórese al mis­ mo tiempo la posición de casi todos los Santos Padres ante la sexua­ lidad. Por otra parte, la condición celibataria de los sacerdotes latinos, fuertemente legislada, puso sobre la sexualidad humana una nota de pesimismo antropológico, alimentada, quiérase o no admitir, por un claro antifeminismo cristiano. La virginidad no fue valorada en ocasio­ nes tanto por su raíz evangélica, cifrada en el «hacerse eunuco por el reino de los Cielos» (Mt 19, 12), cuanto por la sombra maniquea que se cernía sobre la sexualidad y por un claro antifeminismo de raíz sólo parcialmente paulina, en la que el otro sexo aparecía más como reme­ dio contra la concupiscencia, y como fuente de procreación, que como consecuencia de la estructura dialógica del ser humano, creado a ima­ gen y semejanza de Dios, realidad fontal de todo amor. Esta posición rodeó la realidad de la mujer como «ocasión de pe­ cado» para el hombre. Y a Marañón no se le ocultó esta posición comúnmente reconocida como «católica» en sus ensayos sobre la vida sexual; pues le hemos escuchado decir: «La idea semítica de la inferioridad de la mujer se basaba principal­ mente en creencias religiosas y morales que consideraban a aquella como la causa del pecado originario y el motivo permanente de la caída del hom­ bre en la tentación. La doctrina de Jesús reaccionó generosamente contra este estado de espíritu, estableciendo la igualdad de todas las criaturas ante Dios; y con Jesús apareció ante los hombres, el ser, por divina ex­ cepción, limpio de pecado, que era precisamente una mujer, María. Los comentaristas han acumulado razones, sin embargo, para probar que la teología cristiana, influida siempre por el primitivismo semítico opuso a la moral feminista de Jesús un sentido antifeminista. "Puesto que la mu­ jer condujo al hombre al pecado —decía San Ambrosio— es justo que re-

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