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584 A dolfo G o n z á l e z -M o n tes libertad es creadora para situarse contra su propia identidad y con vertirse en sujeto de destrucción. ¿Que la desigualdad social es fruto de un problema biológico? Solo parcialmente. Fundamentalmente es fruto de una negación del otro y de su libertad en tanto que libertad ajena a la mía y que se escapa a mi dominio. De aquí que la desigualdad social sea, antes que nada, una expresión de negación de la libertad ajena, cuya subjetividad yo trato de reducir a objeto por medio de mi poder. Se trata, pues, de ese viejo pecado humano, que tiene su raíz en aquello que el autor de los escritos joánicos, en Nuevo Testamento, llama «concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida» 103. Cer tero, antropológicamente considerado, este esquema de las pasiones hu manas que nos da el autor sagrado. El pecado ha modificado la vida de los instintos desequilibrándola por la concupiscencia. No es el dominio sino la donación el único criterio antropológica mente válido de cualquier conducta amorosa que por «integralmente humana» aspire a ser considerada. El mecanismo erótico, cuyas raíces se hunden en la estructura biológica de los sexos debe quedar asumido por el amor en tanto que éste alcanza su máxima expresión en el «agape»: en definitiva, en la renuncia a sí mismo. Sólo así puede ven cer el hombre esa pasión de dominio que le conduce a la objetivización de la existencia de su hermano. Desde esta perspectiva, las raíces bio lógicas de esa pasión humana que arrastra al dominio por la posesión y que hace que unos hombres sean explotados por otros, deben ser domeñadas y reducidas a su justo lugar. La ética debe, pues, aportar ese último dato que escapa a la biología, por el cual la objetivización cede ante la fraternización, valga la palabra. El hombre debe, tiene obligación de dominar, pero no al hombre sino la tierra; y no cabe duda que este ser para el dominio alcanza su máxima expresividad en el varón, en el que los resortes biológicos del sexo alcanzan, no tanto en la fuerza cuanto en la inteligencia, la estructura más capaz. Pero incluso el ejercicio de posesión cósmica debe estar alimentado por ese otro impulso agonizante que se debate por transformar el dominio en donación, a fuer de poner a flote todas las potencialidades espirituales de la materia, creadoras de fraternidad. Cierto que el hombre, por sus propias fuerzas, nunca saldrá de ese círculo pecaminoso que le arrastra al dominio de su hermano. Des- 103. 1 Jn 2, 16.
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