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R aíces y e n t o r n o d e l a p e r s o n a l i d a d . 583 instinto, sin quedar por ello a su margen. Es así cómo el «eros» y la «filia» (formas indigentes de amor) acaban convirtiéndose en «ága­ pe», en amor de donación, en el que el hombre toca la mismidad de lo divino, y, por lo mismo, su propia mismidad radical. Se integra así el pensamiento de Nygren, al tiempo que se corrige su unilateralidad hoy ya criticada. Desde este momento el hombre transforma su indi­ gencia de amor en ofrenda de amor, oblación que el hombre forja en el dolor y que le convierte en hombre para lo s demás, a imitación de aquel hombre Jesús de Nazaret, que encarnó en expresión de humanidad el amor generador del Padre. 3) Es desde esta perspectiva desde la que el pensamiento de Gre­ gorio Marañón puede ser profundamente enriquecido: su «biología in­ tegral» acaba por serlo de verdad cuando se la hace desembocar en esta antropología integral. Y es aquí cuando su humanismo acaba por convertirse en ese humanismo «trascendente», cuyo germen lleva ya en sí mismo. No puede ser aceptado, a mi entender, aquello de que la desigual­ dad entre los hombres es «pura y simplemente» un problema de bio­ logía de los instintos. Carlos Rahner, sin triunfalismo teológico, ha puesto de relieve el carácter paradigmático del hombre Jesús, en tanto que hombre para lo s demás, si es que queremos adquirir una concep­ ción antropológica integral, y, por lo mismo trascendente. Tiene que haber razones más profundas que las de la biología, explicativas de la siempre escandalosa desigualdad entre los humanos. Y si el pensamien­ to de Gregorio Marañón es el pensamiento de un hombre cristiano, puede legítimamente ser completado desde esta perspectiva teológica, como pueden serlo también las verdades de cualquier pensamiento antropológico ateo o creyente, sin por ello caer en reduccionismos de cuño teológico. Si la inteligencia y la libertad tienen raíces biológicas, éstas sólo pueden ser fecundas cuando son factores humanizadores de esa corpo­ reidad del espíritu del que son constitutivos esenciales. El bios ético alcanza entonces a todas las dimensiones del comportamiento, así como a los factores que lo condicionan. Es llegado el momento de introducir en nuestro análisis del pensa­ miento marañoniano una nueva categoría: la de pecado. Con ella el cristianismo expresa esa enajenación que el hombre experimenta cuan­ do se sitúa contra Dios, y, por lo mismo, contra su propia identidad. Por el pecado el hombre abandona el ámbito amoroso en el que la

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