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R a íc e s y en to r n o d e l a p e r s o n a l id a d .. 575 Pedro Laín Entralgo ha escrito que cometería un grave error quien sólo desde un punto de vista somático entendiese la constitución indi­ vidual de los seres humanos de que habla Marañón. En la mente del médico español esta «constitución» tiene, sí, un aspecto somático, pero no menos otropsíquico, y ambos, dice el profesor de Madrid, deben ser entendidos como criterio biográfico. Tal punto de vista de Marañón fue el que quise yo dejar aclarado en mi análisis precedente del «con­ cepto de constitución en Marañón», tratando de poner de relieve el biopsicotipo de los individuos. Por otra parte, Marañón distingue muy bien entre ese ser «muje­ riego», que Sáenz-Alonso, muy femeninamente, parece aborrecer, y el tipo que es un D. Juan. Así en el ensayo sobre el Conde de Villa- mediana, el médico escribe: «Don Juan es, sin duda, así, como yo lo he visto; porque no lo he inventado, sino que lo he visto. Mas en torno de esta variedad de Don Juan hay, ciertamente, otros donjuanes diferentes. Y en torno de ellos, todavía, muchas variaciones de hombres polígamos, aptos para la conquis­ ta agresiva o para la seducción sutil de la mujer, que ya no son don­ juanes, pero cuya frontera con éstos es muy difícil de precisar»93. Para nuestro autor, la leyenda de D. Juan es producto del am­ biente en el que surgió 94, y la profunda verdad de la misma estriba 93. En Don Juan, V II, 209. 94. Hemos visto cómo para el biólogo historiador, la leyenda —tal escribía en la Introducción a su Tiberio— representa la reacción del ambiente ante la personalidad del gran protagonista o ante el suceso trascendente. A su vez los ambientes que crean la leyenda son los creadores del protagonista, a cuya som­ bra crecen. «Las circunstancias de la época en que esta leyenda aparece eran óptimas. Nació Don Juan a la literatura en el reinado de Felipe IV, en el mo­ mento en que el fecundo ímpetu renacentista había producido en la Corte de España una máxima densidad creadora. Eran los años en que vivían a la vez Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, Alarcón, Quevedo, Góngora, Gracián, Velázquez: es decir, una cantidad de hombres geniales que ningún otro medio europeo había visto nunca reunidos. Pero esta misma influencia había producido también una cierta exageración, pero sin apartarse demasiado de la verdad, ha podido decir Hume que la inmortalidad de la Corte de Felipe IV y de Isa­ bel de Borbón sólo podía compararse con la de las ciudades bíblicas que me­ recieron el fuego de Dios. En este medio, a la vez intelectual y corrompido, brotó Don Juan con la naturalidad de una flor y alcanzó prodigioso relieve... (Don Juan) es un producto de sociedades decadentes; y, por lo tanto, había paseado ya su cinismo en el declinar de varias civilizaciones, cuando aún Es­ paña era un embrión de pueblo, sin estructura nacional. Es fácil encontrar don­ juanes perfectos en Grecia y en la Roma precristiana. En ésta se había publicado el primer manual, el más cínico y el más perfecto del amor donjuanesco, que 7

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