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572 A dolfo G o n z á l e z -M o n te s atraído por todo el sexo contrario. En esta fase o estadio, el varón sólo capta y es atraído por la hembra, por el «otro» sexo. Aquí ha quedado D. Juan: su instinto se ha estancado en uno de los peldaños de la escalera tortuosa que conduce la hombría. D. Juan es un inmaduro sexual, por indiferenciado. De aquí que viva obsesio­ nado por las mujeres y corra tras ellas, de una a otra, sin determinarse por ninguna en especial. Ve en ellas la hembra y no la mujer. Pues «...lo típico del varón perfecto [asegura el médico] es, precisamente, la gran diferenciación del objeto amoroso; su localización en un tipo feme­ nino fijo, capaz de pocas modalidades y muchas veces ninguna. El amor del varón perfecto es estrictamente monogámico o reduce sus preferen­ cias a un corto repertorio de mujeres, generalmente parecidas entre sí; en suma..., a un juego de variaciones limitadas sobre un mismo tem a»87. Falto de esta base de varonía, todas las calaveradas que hace D. Juan, son para el médico español un intento de justificar ante sí mismo su inferioridad varonil. He aquí la tesis marañoniana sobre D. Juan. Expuesta ésta, me parecen interesantes las precisiones que a esta concepción hace Sáenz- Alonso en el ensayo que antes he citado. Que el tema del donjuanismo ha sido y es harto polémico, de todos es sabido. Y que Marañón ha sido, y es acusado más de una vez por otros autores de biologismo, también. Para Sáenz-Alonso, Marañón habría estudiado el sexo de D. Juan, pero no el «cerebro». Sin oponerse de forma radical a la tesis de Ma­ rañón, trata la escritora de comprender a D. Juan [¿más generosa­ mente?] que el médico español, sin justificar en manera alguna el donjuanismo. He leído con detención el capítulo de su libro dedicado a «D. Juan ante la ciencia», capítulo que aparece encabezado por el siguiente texto de Jiménez Assúa: «Los médicos del síntoma analizan en Don Juan el soma y, en cam­ bio, los psicólogos buscan la interpretación de su conducta». Desde aquí, desde la interpretación de la conducta de D. Juan es desde donde la escritora donostiarra quiere romper una lanza por el seductor: 87. V II, 210-211.

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