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R a í c e s y e n t o r n o d e l a p e r s o n a l i d a d . 567 Es la timidez sexual, no por superdiferenciación, como en Amiel, sino por el extremo opuesto de la impotencia, la que le incapacita para el amor. Marañón ve en el rey castellano un tímido sexual desde sus comienzos, en los que ya se observan lo que el médico español llama «las dos grandes líneas de la psicología propia de un impotente: la abulia y la sensualidad anormal» 76. Débil de carácter y sugestionable, el Trastamara se vio aprisionado por las redes de sus consejeros. Su debilidad abúlica, dimanante de su impotencia, le llevó al silencio ante las acusaciones de adulterio que contra él se hicieron en la Corte y fuera de ella, en la persona de su esposa la reina. Como todo impotente, pretendió disimular su impo­ tencia, tragedia de su vida, con un escandaloso exhibicionismo, carac­ terístico de las mentalidades tímidas, «sobre todo en lo que se refiere al sexo». Es esta conducta del rey la que induce a pensar a Mara­ ñón que «algunas de las aventuras extraconyugales del Monarca fueron, más que efectivamente relaciones, alardes estrepitosos de un grado de virilidad al que la realidad no correspondía. El espíritu humano propende, como es sabido, a hacer creer a los demás precisamente aquellas virtudes de que carece. Y esto es cierto hasta el punto de que podemos reconstruir la ver­ dadera psicología de los hombres sin más que poner un signo negativo a todo aquello que ostentan y hacen gala, regla general, que se hace todavía más precisa y notoria en la vida de los sexos; y sobre todo en el varón, uno de cuyos ejes es, por vicios seculares de educación, la vanidad irre­ frenable, la vanidad ligada a las raíces más profundas de nuestra digni­ dad, no sólo social, sino biológica»77. Así deshace Marañón el traído y llevado trance del rey con Dña. Giomar: basándose en esa interpretación biológica del exhibicismo del rey, que no obedecía a otro motivo, que al estado anómalo de su cons­ titución personal. su partido, fueron no solamente maravillados, mas tristes y muy descontentos viendo cuán tibiamente y con cuanta flojedad” se enteraba el pacífico marido de esta misiva injuriosa. Castillo, su cronista de cámara, lo califica de "desver­ güenza y maldad” de los imputadores. Pero el hecho de esta increíble manse­ dumbre es insuperablemente elocuente, porque revela a un hombre no sólo moralmente abyecto, sino, además, falto de autoridad subjetiva necesaria nara enfadarse con razón» (Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiem­ po., V, 116). 76. V, 108. 77. V, 135.

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