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566 A dolfo G o n z á l e z -M o n tes Era el momento crítico para él: el de "no dar” después de haber "amagado” hasta los límites más peligrosos. Y entonces resolvía la situa ción con un balance de cualidades personales y sociales de la amante, en el que ésta, indefectiblemente, quedaba deshauciada como esposa. Pero a la vez intentaba un acto quirúrquico de singular delicadeza: la castración de la pasión normal y su sustitución, en el mismo instante, por un afecto de hermanos, en el que él ejercía un rectorado espiritual a cambio de una gerencia material de cuidados y delicadezas físicas, por parte de ellas»73. El supervarón, dice Marañón, ignora dónde está la vida feliz, por que se halla desconexo de la vida real. Su instinto superdiferenciado arrastró a Amiel a una vida virgen sin sentido; es decir, estéril. Por que la virginidad sólo cobra su valiosa significación cuando se convier te en oblación por altruismo o motivos trascendentes. El hombre no es un supervarón. Ser hombre es algo más que ser varón. Y si el temple del espíritu no es genial en el hombre que, como Amiel, el profesor suizo, posee un instinto sexual superdiferen ciado, entonces las actividades del alma, ante el gigantesco crecimiento de una, se desequilibran y desconciertan, y el pobre varón rueda por la vida como un pelele vencido, cosa extraña, por su propia viri lidad74. b) Enrique IV de Castilla En el extremo opuesto Marañón sitúa al hombre sexualmente impo tente. El Rey castellano encarna este estado típico de la diferenciación sexual no lograda, al borde mismo de la inversión. En el caso del rey Trastámara, Marañón se inclina en el viejo pleito histórico, por una impotencia incompleta, pero esto es aquí accidental; nos interesa el examen clínico-histórico en tanto que rescata para nuestro hoy la per sonalidad de un hombre pretérito. En D. Enrique es su sexualidad indiferenciada, por impotente, el determinante-base de su temperamento abyecto y falto de autoridad75. 73. Amiel, V, 247-248. 74. V, 285-286. 75. «Mas quizá el argumento de mayor importancia en pro de la debilidad sexual del Rey nos lo dé la mansedumbre y perfecta indiferencia con que recibió y leyó la carta enviada por los grandes, reunidos en Burgos, en la que le de cían que "en gran perjuicio y ofensa de sus reinos y de los legítimos sucesores, sus hermanos, había hecho pasar por princesa heredera a Doña Juana, hija de la Reina Doña Juana, su mujer, sabiendo él muy bien que aquella no era su hija” . Los de "su Real Consejo, servidores y criados, como los otros que seguían
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