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R aíces y e n t o r n o d e l a p e r s o n a l i d a d . 565 asaltado por los ataques de su imaginación. A la hora de perder su virginidad, el hecho no representará nada para él porque sus esperan zas, idealísticamente desencarnadas, van a quedar defraudadas71. Mercedes Sáenz-Alonso, en un ensayo sobre el donjuanismo, se verá impelida, muy como mujer, a escribir estas líneas sobre el profesor de Ginebra: «(Amiel) tan diferenciado, tan exquisito en sus relaciones con sus ena moradas, que ni el matrimonio le impulsó a cifrar su vida en una: su diferenciación —por elegir una— le arrastró a no decidirse por ninguna. Con toda la insensatez de mi insolencia, emito mi extrañeza ante el tipo de hombre encarnado en Amiel. El del tímido sexual, no por motivaciones de glándulas ni por alteraciones del sistema nervioso, sino por la razón de su complejo de supervalorado e nía propia estima de superdiferencia- do» 72. Amiel, el hombre supertípico, por serlo, es narcisista y egoista. Apegado al regazo materno, ideal inaccesible de la mujer que busca sin encontrar, tendrá que dar por terminados sus noviazgos con pre textos fútiles y faltos de todo lirismo amoroso. Amiel busca a las mu jeres profundamente diferenciadas; y sólo ellas son captadas por él. «A estas precisamente de instinto sintónico con el suyo, y no a cual quiera de las demás. Pero después la timidez creada por su propia agude za instintiva le impedía poseerlas cuando, rodando las cosas, la intimidad llegaba a inminencias candentes. 71. He aquí algunos textos significativos: «La notas del diario de Amiel que recogen sus impresiones tras haberse decidido a conocer mujer: «6 de oc tubre de 1860 (las once de la noche). Tiempo maravillosamente hermoso... ¿ Y cómo debo titular la experiencia de esta tarde? ¿Es una decepción? ¿Es una borrachera? Ni lo uno ni lo otro. Por primera vez he tenido un «éxito», en amor, y, francamente, al lado de lo que la imaginación se figura y se promete, es bien poca cosa. Es casi un cubo de agua fría. Estoy bien tranquilo. Esto me ha enfriado y me ha esclarecido. La voluptuosidad está por lo menos en sus tres cuartas partes, en el deseo, es decir, en la imaginación. La poesía vale infinitamente más que la realidad... Veo el problema sexual con la calma de un marido, y sé ahora que, al menos para mí, la mujer física no es apenas na da... En último análisis, estoy estupefacto de la relativa insignificancia de este placer, sobre el que se ha armado tanto ruido» (V, 229). Y comenta Marañón: «La pérdida de su virginidad no representa nada trascendental para él, porque tiene, sin darse cuenta, la conciencia profunda de su capacidad. No cree ser superior ni se engríe vanidosamente como los mozalbetes de bachillerato, ñor haber tenido una amante. Su hombría, después del buen suceso, no ha aumen tado ni un adarme más» (V, 230). 72. Don Juan y el donjuanismo, Madrid 1969, 253.
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