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564 A dolfo G o n z á l e z -M o n tes una determinada diferenciación sexual, que caracteriza, tal como ya hemos expuesto, la conducta de los individuos. Marañón afirma que lo patológico del amor estriba, precisamente, en no haber alcanzado el grado de madurez sexual propio de un sexo diferenciado; o como en el caso de Amiel, en haber rebasado la diferenciación sexual exigida, incidiendo así en un supertipismo sexual que engendra la timidez por supervaronía. Situaciones estas del amor que aunque a veces no rayen en lo estrictamente patológico, pueden perturbar la existencia de los hombres. a) Amiel Si bien es verdad que el Ensayo biológico sobre Enrique IV repre­ senta el primer momento, aún con cierta timidez, de la biografía bio­ lógica cultivada por Marañón, trataré en primer lugar, por razones de coherencia temática, el estudio sobre Amiel, representante de eso que Marañón llama superdiferenciación sexual. El estudio marañoniano sobre el profesor ginebrino nos ofrece, como digo, al hombre supertipico. Amiel representa el rebasamiento del índice de diferenciación sexual precisa para una vida normal de los sexos y un ejercicio sano del amor. Amiel es, sencillamente, un su- pervarón. En el ensayo de Marañón leemos: «Pero el animal —incluso los más próximos al hombre— para cumplir el fin reproductor, sólo busca el sexo «in genere», jamás a un individuo determinado. El elegir para amar a un solo y único individuo es privativo de la especie humana y uno de sus más gloriosos blasones»70. Marañón ve en la monogamia la más justa diferenciación sexual del varón. Es ésta, afirma, la forma más perfecta del amor; y que es alcanzada por el varón tras un progresivo y complejo desarrollo del propio sexo y de toda su personalidad a un tiempo, desde la infancia hasta la madurez. Amiel es el hombre que ha rebasado esa cuarta etapa de diferen­ ciación antes descrita, y que se define por una concentración del ins­ tinto en un ser único del sexo contrario. Amiel, al rebasar esta etapa, se ha convertido en un incapaz para el amor. Por eso resbalará super­ ficialmente sobre la vida del instinto, acongojado por sus dudas y 70. Amiel, V, 194.

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