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R aíces y e n t o r n o d e la p e r s o n a l i d a d . 563 puesto en ese ser condicionadamente libre que es el hombre «la huella de su dedo generador». Este es el secreto de su nada ingenuo optimismo ante el progreso de la humanidad. Progreso que se amasa día a día con dolor y sufri miento — él lo sabía muy bien en su calidad de sanador y aliviador del dolor humano— . Sabía Marañón que el hombre, «a través de tantas mudanzas, ha sido siempre hombre, con sus pasiones, ansias, entusiasmos y dolores... puesto que la conducta humana está tejida de abstenciones y cegueras, tanto como de hazañas y descarríos». Evita así el gran médico español ese engreimiento orgulloso de creer que «nadie ha sido tan grande como nosotros», y el de la aflicción, que afirma nuestra desgracia por encima de la de otras épocas: tentaciones ambas de todas las genera ciones. Laín Entralgo ha puesto de relieve, como profundo conocedor del hombre y del médico y de la obra Gregorio Marañón, esta otra faceta su personalidad: el historiador68. 4. Dos biografías biológicas Es, sin duda, en los ensayos sobre Enrique IV de Castilla y sobre Amiel donde Marañón se adentra con su saber médico en el terreno de la historiografía. Y esto bajo una preocupación muy suya: la vida inquieta de los sexos; la problemática que plantea la conducta espe cífica del amor humano en tanto que determinante de la existencia de los individuos. Si la historia en cuanto ciencia no se hace sólo con datos, sino también con interpretaciones. Y si el esfuerzo de los escritores mo dernos se dirige a transformar esa solemne representación histórica, que se nos presenta con aires épicos, en simple vida, tal como lo entiende Marañón 69; no cabe duda que los hombres a los que ahora nos vamos a acercar a través de estas biografías, se nos aparecen res catados del aparato externo sincerando su verdad ante nosotros. La conducta amorosa del varón y de la mujer, hemos escuchado a Gregorio Marañón, están en función del papel específico que cada uno debe desempeñar en la vida. Este papel peculiar y propio de cada uno de los dos sexos adquiere su auténtica significación cuando se cumple 68. I, 70-84; en especial 74-76. 69. En la introducción al Tiberio, VII, 13-14.
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