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558 A do lfo G o n z á l e z -M o n tes esta llamada, situándose libremente en la marcha teleológicamente as­ cendente del proceso histórico de todo el cosmos. Y no tiene escrúpulo alguno en considerar al hombre verdadero protagonista de este pro­ ceso, porque sabe que puede ser tal gracias a la libertad incondicionada que le sustenta: la Divinidad. Es, sin duda, esta convicción, que procede de la fe, la que le hace confesar a Dios como Señor absoluto de la Historia. Y es esta convic­ ción la que otorga al creyente un fino sentido de lo real. Es esta con­ vicción la que le libera de toda ingenuidad utópica y engañosamente optimista sobre el esfuerzo humano. El creyente deja el final de la utopía para Dios, creador y absoluto Señor de lo existente, lo cual no le lleva a abandonar y regatear esfuerzo alguno para provocar ese final utópico de la Historia. El creyente es un hombre realista: sabe que el ser humano, por ser libertad condicionada, puede pecar, situarse fuera del proceso teleológicamente ascendente de la historia humana y cósmica; sabe que el hombre es capaz de alienación porque tiene liber­ tad para frustrar su propia realización. El hombre puede caer en la alienación más absoluta, en esa alienación metafísica que consiste en negarse a reconocer el fundamento incondicionado de su propia liber­ tad, tratando así de suspenderla de la nada, lanzándose a una impre- visibilidad radical, que no cuenta con la seguridad del éxito del plan divino. Puede también caer el hombre en aquel otro tipo de aliena­ ción, variante de la misma alienación metafísica, que consiste en que­ rer imprimir a lo real una teleología en contra del sentido mismo de lo real, enfrentándose así al Señor de la Historia. A la hora de hacer ciencia histórica, el creyente no se niega a reco­ nocer aquellas limitaciones que condicionan la libertad humana. Re­ conoce sin complejos que existen unas leyes internas constatadas por los historiadores, al mismo tiempo que cree en la marcha teleológica del proceso histórico. Nadie mejor que el semita, el hombre de la Biblia, ha sabido com­ prender cuanto digo. El hombre bíblico se comprendió a sí mismo como libertad condicionada, pero se supo siempre apoyado en la Libertad incondicionada de la Divinidad, del Señor de la Historia, que es un Dios para nosotros. Corresponde, sin duda, al hombre contemporáneo el haber redes­ cubierto esta dimensión condicionada, por histórica, de los seres hu­ manos. Esta es la gran lección de todos los historicismos del pasado siglo. El cristianismo debe al pensamiento contemporáneo el haberse

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