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R a í c e s y e n t o r n o d e l a p e r s o n a l i d a d . 557 Descartando estos dos extremos, Hegenberg trata de dar al queha cer de historiar todas las características de la ciencia: 1) La ciencia historiográfica se apoya en unas leyes que, por lo común, son consta tadas por la repetición de resultados, dadas unas determinadas premi sas. En este sentido la estadística no fácil puede aportar luz al pro blema de historiar. 2) De la constatación de estas leyes históricas no debe seguirse en modo alguno la negación de la libertad humana. No porque se den estas leyes deja de ser el hombre un ser personal, capaz, por tanto, de ejercer el libre albedrío. «Hay, es cierto, determinados límites — dice Hegenberg— , impuestos por los obstáculos físicos, bio lógicos, geográficos, tecnológicos, psicológicos, que impiden que el hombre dirija el rumbo de los acontecimientos. Pero ninguna de estas limitaciones prueba que el hombre esté imposibilitado para actuar como factor decisivo en la transformación de la sociedad» 62. La historia, pues, es posible como ciencia. Y hoy resulta inacep table la negación del carácter científico de la misma. Tal es mi perso nal posición, que no me impide reconocer mi amplia incompetencia en el terreno historiográfico. Pienso que corresponde al historiador poner a luz pública el ámbito de los condicionamientos en el que se mueve el libre ejercicio, paradójicamente condicionado, de la voluntad humana, mostrando los determinantes-leyes del pasado. Y es, precisa mente, desde este poner a luz pública el ámbito de los condiciona mientos de la libertad humana en el tiempo que fue, desde donde cien cias como la biología y la psicología o la clínica pueden aportar datos muy sustanciosos al ejercicio de historiar la vida humana. b) Fe e Historia Si algo puede caracterizar la interpretación que un creyente hace de lo real, es, sin duda, la afirmación de la historicidad de la vida humana, del ser del hombre y del mundo, así como una comprensión del hombre en tanto que libertad condicionada. El creyente sabe muy bien que el mundo y el hombre son fruto de un designio amoroso de Dios, que a través de un proceso histórico le ha llamado a la participación de la comunión trinitaria intradivina. Y es precisamente en el hombre Jesús de Nazaret donde el creyente polariza la máxima expresión tópica de esta llamada a la comunión con Dios. Sabe también el que cree que el hombre puede aceptar o rechazar 62. L. H e g e n b e r g , o . c ., 261. Subrayado mío.
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