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416 E . R ivera desorbitados de la obra de K. Ipser de los que deduce que la gran obra prometida por el historiador vienes ha debido ser muy otra o, por mejor decir, no ha debido aparecer7. Es lamentable que esta crítica enfoque la obra exclusivamente desde sus deficiencias y exageraciones. Es más constructivo penetrar en lo positivo del mensaje de la misma, tomar conciencia del problema que plantea y hacer ver sus aciertos y sus equivocaciones. Por nues­ tra parte, en la recensión de la obra tan severamente juzgada por O. Schmucki, escribíamos que, pese a no aceptar las graves exageraciones de la misma, entusiasma cuando define a San Francisco como santo realista, con un manifiesto que es el Evangelio a la letra, con una lucha de clases que es su pobreza voluntaria, con una revolución mundial que es la mejora íntima de las almas. Ve cómo San Francisco sueña una fraternidad futura, señala un camino de amor y celebra la liturgia del abrazo fraterno por todos los caminos humanos8. Con palabras más autorizadas el Obispo de Ratisbona, Rudolf Graber, ha ratificado, sin conocerla, nuestra valoración crítica. Re­ cuerda la misión que tiene el Santo de Asís de continuar la reparación de la Iglesia. Recuerda, así mismo, las deformaciones de su mensaje por las múltiples sectas. También asoma hoy este peligro. Pero ve la solución al mismo en esa gran virtud que sigue siendo la primera de las virtudes morales: la prudencia. Esta prudencia nos enseña que la renovación de hoy no es revolución. Que para llevar a cabo esta renovación tiene que estar delante de nosotros el Santo de Asís para que sea el heraldo de nuestro tiempo, especialmente ante la juventud. Si ésta pide hoy autenticidad y veracidad, ¿dónde encontrarla mejor que en el pobre de Asís? En este momento el Obispo recuerda una anécdota memorable, que refiere cómo el artífice de la revolución rusa de 1917, Lenin, se vuelve en su lecho de muerte auno de sus fieles camaradas para decirle: «Me he equivocado. Sin duda era necesario liberar a la masa de los oprimidos. Pero nuestro método ha motivado otras opresiones y espantosas matanzas. Me siento anegado en el océa­ no de sangre de las innumerables víctimas. Salvar a Rusia era algo imprescindible. Pero es demasiado tarde para cambiar de procedimien­ to. Hubiéramos necesitado una decena de Franciscos de Asís». A con­ tinuación se pregunta este Obispo: «¿No es todo esto digno de seria 7. Cf. Collectanea Franciscana 38 (1968) 436-437. 8. Cf. Naturaleza y Gracia 15 (1968) 142-143.

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