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426 E . R ivera ethos moral, que es justo reconocer. Sin duda alguna, este ethos moral, de lucha contra la injusticia, es compartido por la doctrina y la praxis franciscanas. Pero viene de nuevo la discrepancia al proponer un dis­ tinto método para poner remedio a las injusticias sociales por ambos lamentadas. En dos caracteres pudiéramos resumir el método marxista: crí­ tica acerba y sistemática de las injusticias y lucha implacable contra los adversarios. Los dos han sido utilizados por el marxismo. Este ha partido siempre en su acción social de una crítica virulenta contra las injusticias sociales. Desde el Manifiesto de 1848 de Marx-Engels hasta nuestros días, la historia del marxismo ha sido la historia de una despiadada crítica a toda forma de vida que no lleve su marchamo. A esta crítica sigue siempre una praxis de lucha activa. El modo de actuar en esta lucha lo dirán las circunstancias históricas de cada situación. Pero siempre, tanto las algaradas de la revolución callejera como las quintas columnas, los partidos políticos, las actuaciones diplomáticas, llevan consigo en la praxis marxista el afán irrenunciable del derribo de las estructuras sociales que el marxismo no comparte. Es éste un largo tema de todos conocido. Lo recordamos para mejor apreciar el contraste del método franciscano. Frente a todas las tentaciones de ayer y de hoy, el método fran­ ciscano nunca ha sido contestatario. Al menos como programa. Los franciscanistas han advertido insistentemente que Francisco nunca critica. Y menos condena. Por el contrario, leemos estas palabras en el capítulo segundo de la Regla bulada: «Amonesto y exhorto a todos a que no desprecien ni juzguen a quienes ven que se visten de prendas muelles y de colores y que toman manjares y bebidas exquisitos, sino que cada uno se juzgue y desprecie a sí mismo». No es que Francisco no tomara conciencia de los males de su época. Es que su método de proceder era contrario a toda crítica. El franciscanista Th. Matura ha estudiado este tema de Francisco de Asís contestatario y ha llegado a esta conclusión que juzgamos definitiva: «Se piense lo que se piense de la justicia, e incluso de la necesidad de compromisos y de alter­ nativas sociales y políticas; y aun cuando se pudiese justificar la teo­ logía de la revolución, hay también una vía franciscana. Esta vía, nos parece evidente, no se halla ni en la violencia, ni en la crítica, ni en la identificación con una clase y con sus luchas. Está en una especie de libertad soberana frente a todo, en el profundo respeto a todo

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