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S an F r a n c isc o a n t e e l d e s a f ío . 425 nia, cuando va a ser crucificado con Cristo. Las Florecillas nos dan el resumen de esta plegaria en este memorable dicho: «Tanto é quel bene ch’io aspetto che ogni pena m’e diletto» —Es tanto el bien que espero que toda pena me es querida— 22. El marxismo opina que este lenguaje es sobremanera alienante. Pero Francisco, con su gesto mi­ rando al cielo, como tantas veces lo han visto los artistas, será siempre una protesta contra la más nefasta de las tentaciones que puede com­ batir al hombre: la de dar sus espaldas a Dios para volverse al barro Je la tierra. Algo semejante tenemos que decir del culto que rinde Francisco a la pobreza, la Dama de su corazón. Sería, en efecto, este culto la más ridicula de las alienaciones si somos exclusivamente hijos de la tierra. No es que el franciscano pueda desentenderse de lo de aquí abajo, pues todo para él es obra de Dios. Pero le repugna una menta­ lidad que ve en la materia la suprema y definitiva realidad. Con una nota final queremos completar este razonamiento. Adver­ timos que mientras al marxista se le hace imposible comprender los ideales místicos del franciscano, éste, por el contrario, toma fácilmen­ te conciencia del sentido humano de muchos de los afanes marxistas por el bienestar de aquí abajo. El franciscano, que se siente hijo del cielo, sabe sentirse hermano de los que viven en la tierra. Mientras que el marxista sólo puede pensar en una humanidad potente que va dejando en la cuneta de la historia a cuantos ya no pueden ayudarla en su gran proceso histórico de prepotencia. De esta suerte nos parece que queda clarificado el concepto de alienación religiosa, tan distintamente interpretado por la mentalidad franciscana y la marxista. c) El método en la lucha contra las injusticias Ante el hecho innegable de las injusticias en la historia toda alma sensible protesta. Tan solo mentes frías, implacables, acuden a justifi­ carlo todo por el «sino», por «la lucha dialéctica». Tenemos que reco­ nocer en Marx el mérito de no haberse dejado llevar aquí de la men­ talidad de Hegel, el cual no vierte ni la más mínima lágrima ante las grandes hecatombes humanas. Marx protesta de las injusticias histó­ ricas y quiere poner un remedio a ellas. En esto muestra un acendrado 22. Cf. San Francisco de Asís. Escritos, Biografías. Documentos de la época, Madrid 1978, 895. 12

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