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424 E . R iv e r a Reconocemos, por lo mismo, la parte de verdad histórica que en­ cierra la crítica religiosa de Marx. Pero él se coloca en el plano de los principios. Y, en este plano, su radical terrenismo motiva que sea él a quien podemos declarar definitivamente alienado de lo más humano y más grande que tiene el hombre: su vinculación a Dios. Si se examina a fondo la escisión que implica siempre el concepto de alienación según el marxismo, advertiremos al instante que se trata de un concepto funcional. Es decir, de un concepto que hay que inter­ pretarlo en función de una determinada doctrina. Esto acaece, sobre todo, en la llamada alienación religiosa. Los maestros de la vida espi­ ritual no se cansan de repetir a los iniciados en la misma que es nece­ sario «entrar». Con este vocablo quieren decir que es de todo punto necesario no vivir «enajenados» en las cosas exteriores, ajenos a la rea­ lidad íntima que mora en la propia conciencia. Las Moradas de Santa Teresa son el ejemplo más preclaro de este esfuerzo por vivir dentro de nosotros, en comunión con el huésped divino que habita en nuestra alma. En terminología marxista, el maestro de la vida espiritual diría a su discípulo que vive alienado cuando no oye la voz interior que le habla dentro. Pero Marx, por el contrario, le dirá que el replegarse sobre sí mismo para oír a ese misterioso ser inexistente es la más vil y degradante alienación que puede darse. ¿Quién lleva razón en todo ello? La respuesta última la da la metafísica que hay detrás. Si efectiva­ mente somos de la tierra y para la tierra, todos esos repliegues mís­ ticos son escapadas necias al mundo de lo irreal. Aberrantes aliena­ ciones. Pero, si al mismo tiempo que somos hijos de la tierra lo somos igualmente, y de modo más primario, del cielo, entonces la teoría y la praxis marxianas se truecan en la más horrenda de las alienaciones. Nos aleja de nuestra casa paterna, que es la casa del Padre celeste, para echarnos en brazos de la vil materia. El marxismo viene a ser aquí un pensamiento impío e inmisericorde. Impío, porque destituye a Dios. Inmisericorde, porque precipita en el vacío al hombre. Ante este análisis de la alineación es cuando aparece de nuevo la mentalidad franciscana en contraste total con el marxismo. En dia­ metral oposición al «sí, a la tierra» del marxismo se halla la esperan­ zada plegaria de San Francisco al iniciar su retiro en el monte Alver- pensador a eliminar toda presión autoritaria eclesial en virtud de su tendencia a un acusado «anarquismo espiritual», en el que sólo debe tener vigencia la liber­ tad creadora humana en colaboración con la acción divina.

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