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L a t o le r a n c ia en e l pen sam ien to d e . 341 Williams argüía al trío de sus oponentes que, si Jesús estaba en me­ dio de cada hombre, debería tener infinidad de cuerpos 162. En este mismo sentido, los cuáqueros insistían en que la venida gloriosa de Jesús o parusía había ocurrido ya y continuaba acaeciendo diariamente ya que se trataba de una venida espiritual e invisible a las almas de los verdaderos creyentes 163. Todo ello recrudecía las iras de Williams que exigía evidencias tangibles siempre que el hombre reclamaba el contacto con el Espíritu. Las cosas de este mundo se podían palpar, ver, oír, y Dios, al enviar a Cristo a la tierra, no había enviado a un espíritu o a un ángel, cuya presencia se detecta exclusivamente en el horizonte de lo invisible. El desplazamiento del Jesús histórico de las Escrituras repercutía obviamente en la doctrina de los cuáqueros respecto a la Iglesia e ins­ tituciones religiosas. La Iglesia, concebida por el cuaquerismo como un cuerpo armónico, compuesto de miembros vivos y constituido por la sola autoridad de la inmediata presencia de Cristo en él, así como el Reino de Dios y otras instituciones carecen de visibilidad. La Igle­ sia y el Reino de Dios son invisibles porque están en Dios 164. Para Williams, en cambio, la Iglesia era una institución visible, existente en el tiempo y el espacio, aunque separada — en cuanto posible— de la corrupción y del mal del mundo. Nuevamente se observa un con­ traste de ideas entre el puritano R. Williams y los cuáqueros. La vi­ sión más realista es, como siempre, la de Williams quien, en su pen­ samiento, distingue la existencia de la Iglesia de las realidades mun­ danas. Los cuáqueros no veían ni siquiera la distinción entre la carne y el espíritu. El hombre, creado a imagen de Dios y redimido de su caída por la sangre de Cristo, es capaz de llegar al conocimiento de la ley divina y de establecer comunión con su Hacedor. De hecho, los cuáqueros defendían la perfección y la santidad del hombre por participar en las mismas cualidades divinas. Insistían en un proceso sencillo y confiado por el que se obtenía la salvación humana en contraposición al com­ plejo y receloso defendido por los puritanos. La creencia puritana en la corrupción total de la naturaleza humana, que veía en el pecado la mayor inmundicia de esta tierra, no se correspondía con la postura 162. Id., o . c ., 213. 163. Id., o . c ., 418. 164. Id., o . c ., 101-2.

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