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318 J uan J o sé H . A lonso oráticos. Tal interpretación pecaría de simplista. Nueva Inglaterra estaba muy lejos de presentar una identificación entre Iglesia y Esta­ do. Con todo, el camino recorrido por estas colonias no fue lo sufi­ cientemente largo como para convencer a Williams. Las diferencias entre unas y otro pueden quedar relativamente mejor esclarecidas con la exposición que sigue a continuación. La actitud puritana hacia la cuestión de relaciones entre Iglesia y Estado está fuertemente condicionada, desde sus orígenes, por las cir­ cunstancias políticas creadas por la Reforma. La situación vivida por Lutero y Calvino, junto a otros reformadores, obligados a buscar la protección estatal para escapar del control de Roma y la propia situa­ ción de Inglaterra durante los reinados de los reyes Jacobo I y Car­ los I, fueron estímulos prácticos para que el protestante puritano agudizase su sentido político. Según su opinión, tanto la Iglesia como el Estado reciben su autoridad directamente de Dios y ambas institu­ ciones están obligadas a observar sus leyes. El Estado, continúan, tiene que ocuparse del bien tanto espiritual como temporal de todos los súbditos integrados en su territorio y goza de poderes coercitivos temporales, mientras que la Iglesia no tiene más objetivos que la promoción y consecución del bien espiritual de sus miembros, estando dotada exclusivamente de poderes espirituales no coercitivos. Aunque las obligaciones de ambas instituciones sean, en parte, coincidentes, tanto los fines como los medios son diferentes. Los puritanos de cual­ quier tendencia, separatista o no, tenían razones de orden teórico y práctico para abogar por la no intervención entre Iglesia y Estado. Si tanto la autoridad civil como la eclesiástica provenían directamente de Dios no había razón para que la Iglesia confirmase las decisiones del Estado o viceversa. Por otra parte, los abusos del pasado y del presente hacían aconsejable la no participación de los clérigos en po­ lítica. Los fundadores de Nueva Inglaterra tuvieron presente esta doc­ trina entre otras razones, para no repetir los errores cometidos en su tierra natal. Y aunque resulte imposible en su concepción una desco­ nexión absoluta entre el poder civil y la Iglesia de Cristo, en cuanto que ni en su pensamiento ni en su acción se contempla el estableci­ miento de comunidades cristianas sin lazo alguno con el Estado, los principios que gobiernan su vida dan fe de una economía eclesiástica de independencia, en la que, en medio de una autoorganización bajo la norma de la Escritura, aparece una cierta separación entre el poder

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