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L a t o l e r a n c i a e n e l p e n s a m ie n t o d e . 315 caso de Hutchinson o el de los Cuáqueros, convulsionaron la fe de la comunidad en aquella época. El sentido de autoridad descubierto en la Sagrada Escritura se engarzaba con otra creencia típica del puritanismo de los colonizado­ res de Nueva Inglaterra, a saber, el convencimiento profundo de la Soberanía de Dfas. Cualquier acontecimiento, importante o intranscen­ dente, estaba bajo el control de la soberanía divina. Más aun: la volun­ tad de Dios, concebida como autoridad absoluta e irresistible, no sólo era la causa última de todos los acontecimientos físicos y morales sino además el fundamento de la propia moralidad. Las cosas eran buenas o malas no por la esencia o carácter intrínseco de las mismas sino por la voluntad de Dios que las hacía ser de una forma o de otra. Dios, afirma John Norton, ministro de la Iglesia de Boston, «doth not will things because they are just; but things are therefore just, because God so willeth th em ...»92. Correlativo a este sentido de la soberanía de Dios existía el de la impotencia humana. El hombre era incapaz de valerse por sí mismo en la vida religiosa. La regeneración, el cambio que orienta definitivamen­ te el corazón del hombre hacia Dios, trascendía las fuerzas naturales y, por eso, se afirmaba como verdad fundamental la pasividad del alma en dicho acto. Los semones de T. Sheperd, T. Hooker o J. Nor­ ton son ilustrativos en este sentido. La actividad diabólica, extendida por doquier y con dominio real sobre el mundo, venía a confirmar, desde otro ángulo de mira, la verdad de la impotencia del hombre en el plano religioso. Ante esta situación al hombre religioso no le cabía otra alternativa que entregarse a Dios para extender su Reino. La soberanía absoluta de Dios y su propia impotencia radical le conducían irremediablemente a la consideración según la cual en el cristianismo estarían centradas todas las bendiciones y fuera del cual no había más que desdichas. Su emigración a tierras americanas estuvo marcada por el sueño de extender el Reino de Cristo mediante la conversión de las tribus paganas y el afianzamiento personal y colectivo de su experiencia religiosa. Manifestaciones de esta entrega a Dios fueron, sin duda, la dedi­ cación de varios días al año para la oración y el ayuno o para la ala- 92. Cita tomada de G. L. W a lk er , Some Aspects of the Religious Life of 'New England with special Reference to Congregationalists, New York-Boston- Chicago 1897, 19.

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