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314 J uan J o sé H . A lonso éstas ofrecen con su pasado. Las cualidades religiosas de las primeras generaciones de estas colonias americanas no puede ser concebidas como una ruptura con el pasado religioso vivido en Inglaterra sino más bien como un trasplante del mismo al Nuevo Continente. Cuan­ do, como hemos afirmado anteriormente, los emigrantes ingleses des­ pliegan a nivel comunitario las potencialidades de su conciencia reli­ giosa no pretenden en ningún momento romper con su herencia cris­ tiana. Las convicciones antecedentes de un número reducido de hom­ bres a las que se adhirieron más tarde los demás presionados por cir­ cunstancias extrínsecas no se dirigían a la búsqueda de un cambio en el núcleo de la religión, propiamente tal, a la modificación total de la doctrina, sino más bien al rastreo de una teoría novedosa de política eclesiástica con las inevitables repercusiones en el terreno de la política civil. El motivo por el que los colonizadores habían aban­ donado su tierra era, en parte, ciertamente religioso, pero entendiendo por este término una estructura eclesiástica que no altera los funda­ mentos doctrinales de la fe. Es decir, la palabra religión tenía en Inglaterra y en América un sentido unívoco si atendemos a los con­ tenidos esenciales de la misma. Los hijos de ambos Continentes eran fruto de la Reforma, asidos fuertemente a los principios básicos de la misma, aunque unos simpatizasen con una Iglesia nacional y otros no. La fiel adhesión de las colonias a su herencia religiosa se confun­ día prácticamente con el asentimiento prestado a la doctrina protes­ tante, concretamente calvinista, y la observancia de sus postulados prácticos. La Biblia era su religión ; de ella extraían los principios que regu­ laban su vida, no sólo en el campo espiritual sino también en el orden civil. Tal vez no haya existido otra época en la que la Escritura, interpretada incorrectamente en múltiples ocasiones, haya sido mane­ jada y aplicada con tanta meticulosidad. La Reforma había desplazado el centralismo de autoridad residente en la Iglesia y en su ministerio hacia la Escritura, valorada como norma suprema en el campo de la doctrina y de la moral cristianas. Sabemos que algunas congregacio­ nes, como la de New Haven, permanecían de pie y descubiertas mien­ tras su pastor pronunciaba en las asambleas litúrgicas el texto de la palabra de Dios. Hasta tal punto llegó el grado de veneración de la Biblia que ella constituyó de hecho el punto de referencia absoluto de la ortodoxia o heterodoxia de movimientos teológicos que, como el

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