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310 J uan J o sé H . A lonso Island— eran los más estimados. El sentido último de estos sacrificios radica en la creencia del indio —en la inmortalidad del alma— ; consi­ deraban, en cambio, como inadmisible la resurrección del cuerpo y en el destino futuro de sus vidas. Las almas de los buenos se dirigen en el momento de la muerte hacia Kiehtan, donde encuentran a sus amigos y disfrutan de toda clase de diversión y de placer; los malos, en cambio, también suben a la región de Kiehtan, pero la puerta per­ manece cerrada viéndose obligados a vagar constantemente en horror y descontento interminables. El gobierno de los indios correspondía exactamente a unas monar­ quías absolutas, en las que el Sachem o príncipe detentaba el máxi­ mo poder sobre las vidas de sus ciudadanos. En todas las decisiones de importancia el Sachem convocaba consejo, al que acudían los «no­ bles», notables y «panieses» o consejeros, quienes, tras haber expre­ sado las opiniones requeridas al respecto, acataban con profundo res­ peto la decisión de su soberano, sin que en ningún momento faltase el aplauso que corroboraba su sabiduría. El Sachem no podía tomar por esposa a ninguna mujer inferior a él en su nacimiento para evitar con el tiempo la degradación de su descendencia. Y aunque le estaba permitida la poligamia, todas sus concubinas debían prestar obediencia a la mujer principal, que cuida­ ba de la familia. Conocía a la perfección los límites de su territorio y si alguien deseaba cultivar la tierra o cazar dentro de sus fronteras estaba obli­ gado a pagar el tributo convenido. Cualquier caminante o extranjero que llegaba a sus posesiones se hospedaba regularmente en su casa, previa información de su procedencia y destino así como de la previ­ sible duración de su estancia, durante la cual se le proporcionaba diversión en consonancia con su calidad. Su generosidad se extendía también a las viudas, huérfanos y ancianos y a todos los que, en gene­ ral, eran incapaces de ganar su sustento. La sucesión al trono era hereditaria. Los consejeros del Sachem, ministros de Estado, o «Panieses» gozaban ante el pueblo de una fama merecida no sólo por su sabiduría y valor o por su gran fortaleza, probada desde la niñez, sino también por su honradez. Los Panieses se emparentaban espiritualmente con los powaws o sacerdotes, presumiendo de las visitas de Hobbamock a sus hogares, pero desempeñaban fundamentalmente una función de con­ sejo y protección al Sachem, especialmente en épocas de guerra. Su

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