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306 J uan J o sé H . A lonso con la Iglesia de Inglaterra, evidenciándose, por tanto, que en un período determinado de tiempo la Iglesia Anglicana no había sido la de Cristo. Que posteriormente lo hubiera sido o lo dejase de ser era una cuestión de poca monta para los separatistas. Por otra parte, en los presupuestos doctrinales del separatismo, una Iglesia nacional era una contradicción in terminis. La Iglesia no se concebía más que como una pequeña congregación, desprovista de todos los instrumentos jerárquicos de poder. Y sus componentes no resultaban de la fusión indiscriminada de una masa amorfa de personas, sino de la llamada graciosa de Dios. La Iglesia, afirman, se compone de elegidos, de santos visibles, y dispone de castigos disciplinares para evitar la corrup­ ción de sus miembros. La disciplina es integrante de la esencia eclesial y no mero instrumento de ingresos económicos como, al parecer, era la praxis de la Iglesia Anglicana. A estos postulados teóricos correspondían también unas vivencias fuertes. Los separatistas, empeñados en evitar los errores de la Iglesia de Inglaterra, se reunían en pactos eclesiales, arrepintiéndose de sus pecados y comprometiéndose a la observancia de las leyes de Dios. Requerían asimismo una confesión de fe sobre las doctrinas esenciales del cristianismo, una sobriedad de vida y, en ocasiones, una renuncia expresa a la Iglesia de Inglaterra. De esta forma, el separatista creía acercarse a través de la iglesia visible a la eterna e invisible, minusva- lorando al mismo tiempo las realidades de este mundo, consideradas con recelo en muchas ocasiones 82. El Nuevo Mundo ofrecía, entre otras innumerables ventajas, la posibilidad de una experiencia religiosa, vivida en tranquilidad y con­ cordia, para sectores que desde el punto de vista ideológico diferían en su actitud respecto a la Iglesia de Inglaterra. América sería el esce­ nario donde podrían profesar públicamente su fe tanto los puritanos no-separatistas, leales a la Iglesia Anglicana, como los propios separa­ tistas, que la rechazaban, sin el trauma interno de la escisión. De hecho, millares de puritanos emigraron a aquellas tierras a partir de 1630, fundando iglesias en toda Nueva Inglaterra, que emulaban en la santidad de sus miembros a la ya existente en Plymouth, de tenden­ cia separatista. R. Williams llegó a este mundo de aparente con­ cordia en el año 1631, precedido, como sabemos, de una merecida 82. Cf. C. B u rrag e , The Early English D issenters in the Light of Recent Research, Cambridge (England) 1912, II, 13-5.

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